12 años de rodaje, divididos en 3-4 días consecutivos de trabajo durante cada uno de ellos: el titánico proyecto que supuso Boyhood desde su alumbramiento es ya de por sí motivo suficiente para prestar atención a la obra de Richard Linklater, además de una pesadilla absoluta en términos de dirección, producción y montaje.

A la sensibilidad especial para plasmar sensaciones y emociones mundanas que el director tejano ha mostrado durante toda su carrera, se unía esta vez la ventaja en materia de autenticidad que aporta la posibilidad de presenciar el crecimiento real de los personajes en pantalla. El reparto de la obra crece/envejece orgánicamente ante nuestros ojos, y ello contribuye decisivamente a la hora de intensificar la experiencia.

Porque Boyhood es, ante todo, un homenaje a la vida.

El centro gavitacional del filme lo hallaremos el Mason Jr, y el excelente guión mutará en paralelo al proceso de madurez del chaval. En los primeros actos el rol del chico no pasa de mero observador de lo que ocurre, mientras que la llegada de la adolescencia y la irrupción de nuevas responsabilidades y elecciones disparará la intervención del personaje en la historia. Pero lo maravilloso en Boyhood, su capacidad infinita cuando de generar la más poderosa empatía con el espectador se trata, duerme en la importancia y el mimo (a nivel de diseño) que reciben 2 personajes capitales en la vida de Mason Jr. Más allá de la irritante hermana (interpretada por la hija real de Linklater), los progenitores del chico son dos pilares estructurales en la historia que se nos cuenta.




El magnífico trabajo de Patricia Arquette e Ethan Hawke refleja la polaridad de los adultos cuando la vida les arroja el mayor de los compromisos a la cara: el de un padre con un hijo. La obra elogia el esfuerzo monumental de la madre, que mira a los ojos al reto y prioriza el cuidado de sus dos vástagos sobre cualquier otro aspecto en un tumultuoso (a su pesar) devenir vital. Pero nunca demoniza al padre, explicando a través de su boca los diferentes flujos de maduración y sendas en la búsqueda de uno mismo que son raíz de la complejidad e individualidad de cada ser humano. Tristeza, optimismo y segundas oportunidades.

Cada uno de los 3 personajes es un avatar perfecto para acoger a los espectadores, dentro del engranaje de una maravilla disfrazada de sencilla y austera en su ejecución pero colosal como vehículo transmisor de emociones. Una muestra perfecta de este superpoder la hallaremos en la escena del restaurante, ya en el tramo final del filme, cuando un antiguo y fugaz conocido del personaje de Arquette se acercará para agradecerla la ayuda prestada en la reconducción de su vida. Magia cotidiana.

«Yeah. Yeah, I know. It’s constant – -the moment. It’s just… It’s like it’s always right now, you know?».

Más allá de los galardones recibidos y de la idiosincrasia especial del proyecto, todos y cada uno de nosotros podemos disfrutar de Boyhood, revisitando incluso algunos tramos de sus 2 horas y 45 minutos totales cada cierto tiempo. Porque todos vivimos, así que todos podemos sacar algo en claro de este humilde homenaje a la vida.

@Juanlu_num7

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