Kennedy. Ilustre y «maldito» apellido estadounidense de origen irlandés. Regidos por un tiránico patriarca al que solo le importaba el poder, los hermanos Kennedy trataron a toda costa de hacer de los Estados Unidos de América todo un ejemplo de democracia y desarrollo. Pero lo que se auguraba como una larga saga de políticos al mando de la hegemónica nación occidental se truncó pronto por asesinatos o, como en el caso de Ted Kennedy que nos compete en esta película, por escándalos.

Un homicidio por imprudencia termina, a pesar de salir indemne por la versión que el «aparato oficial» del partido que trabaja por la campaña del senador Ted Kennedy logra imponer, con su carrera y con la dinastía de los Kennedy. ¿Hubiera sido tan buen presidente como su hermano John F. Kennedy? Nunca lo sabremos, ya que perdió, seguramente por las consecuencias y las dudas de este escándalo de Chappaquiddick, las primarias a encabezar el Partido Demócrata en las elecciones del 72.

La primera parte del film, que se inicia con la mención de los asesinatos de John (cuya alargada sombra está siempre presente en la película) y Robert Kennedy, es un thriller con una gran precisión visual y un tempo agónico. Sabiendo lo que irremediablemente va a suceder, no deja de sobrecoger al espectador.

Pasado este primer cuarto, aproximadamente, de película, hay un giro hacia el «subgénero político» del thriller. Frente a los más íntimos colaboradores de Ted Kennedy, que le incitan desde el principio a declarar ante la policía y contar todo tal cual sucedió,  éste, guiado por su padre y los asesores del partido demócrata, opta por encubrirlo y dar «su verdad» de los hechos.




La renuncia y honestidad frente a zozobra moral y la motivación por alcanzar la cima del poder. Con buenos ideales, pero escondiendo negligencias que llevaron a la muerte de una persona.

A falta de testigos, y pese a las contradicciones e incongruencias, sale más o menos airoso. Eso sí, carente del carisma y la brillantez de sus dos hermanos no logrará superar las primarias demócratas.

Esta «segunda parte», técnicamente más convencional, refleja la hipocresía, vileza y el interés por mantener u obtener el poder de todo, o casi todo, político. Algo que, en el fondo, no deja de ser humano.

Sin llegar al Olimpo de los thrillers político-legales, El escándalo de Ted Kennedy (Chappaquiddick), es recomendable por su interés y tributo a una «breve pero intensa dinastía» que luchó por la igualdad entre los estadounidenses, la paz y el desarrollo como potencia mundial e incluso espacial (algo que también se refleja, como no podía ser de otra manera, en distintas partes del metraje como una metáfora de lo positivo y lo negativo del ser humano y, más concretamente, reflejo de la larga sombra de JFK, «Jack» para sus más allegados).

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