«You´re going to be a producer, you should come to Mexico and produce this.»

John Davis, antiguo ejecutivo de Fox, obedecía el consejo disfrazado de orden directa de Arnold Schwarzenegger, uno de sus contados amigos dentro de la industria del cine. En su debut como productor se volcaría en un guión firmado por otros dos debutantes (los hermanos Thomas, Jim y John) y en cuya escritura él mismo colaboró, con el título de Hunter. Un guión renombrado posteriormente y que, tras varios cambios (algunos bastante profundos) en los primeros estadios, acabaría convertido en tótem eterno del cine de acción.

Bajo la dirección de un fantástico John McTiernan (un año antes de añadir a su currículum la también gloriosa Die Hard) y protagonizada por el propio Schwarzenegger, Predator emplea recursos ejemplares que posibilitan un giro drástico tras el primer tramo de la obra, que plantea un ejercicio de cine bélico ochentero a mayor gloria de la América de Reagan: diálogos simples y rotundos, tabaco mascado a mansalva y apología del militarismo patriótico.

Pero, tras la demostración de superioridad ejercida por el comando durante la aniquilación del campamento de guerrilleros en plena jungla centroamericana, la película nos arroja a la cara la primera pista de que estamos ante algo más, además de plantar los pilares para el desarrollo posterior de una de las grandes verdades que rige la naturaleza, una de sus leyes inalterables.

Siempre hay un pez más grande.




McTiernan invierte mucha energía en comunicar visualmente al espectador que el equipo dirigido por Dutch es resolutivo y letal a los más altos niveles militares posibles, con el fin de potenciar aún más el horror que aguarda a la vuelta (o en las ramas) de cada árbol: un depredador superior en el escalafón que acecha al comando y que les conduce violentamente de la posición dominante a una de debilidad y desamparo absolutos, en plena evolución del film hacia una obra de género fantástico que coquetea con lo onírico y terrorífico.

Todo ello con la jungla reclamando su cuota de protagonismo, desde una brutal sensación de inmersión y convirtiendo un entorno libre y amplio en apariencia en una cárcel de la que es imposible escapar con vida y que genera claustrofobia y desasosiego, contra todo pronóstico. El tramo final, con una confusión generada gracias a la iluminación y a una neblina voluntaria en esas pinceladas oníricas de las que hablábamos anteriormente y que bien podrían retrotraernos a momentos de la Apocalypse Now de Coppola, confirma otro tránsito en el que director y guionistas embarcan a la película, uno que va desde un enfoque tecnológico puntero (tanto por parte de los soldados como, sobre todo, desde el lado del alienígena) hacia otro puramente primitivo.

Un enfrentamiento físico y cercano que corona la cima de una manera de hacer cine que muchos tratan de traer de vuelta a nuestros días, en pleno siglo XXI, pero que difícilmente alcanzará la altura a la que volaron obras como la que nos ocupa durante la década de los 80.

@Juanlu_num7

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Experto en nada, imperfecto en todo y algo quijotesco. He visto cosas que vosotros no creeríais, así que trataré de contároslas...

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