Estrenada en cines apenas mes y medio después del 11-S, en una etapa de convulsión, shock y tristeza que demandaba entretenimientos ágiles y edulcorados para atenuar a todo un país, es sencillo diagnosticar las razones por las cuales una marcianada tan atípica como Donnie Darko pasó desapercibida, tanto en prensa especializada como en las salas, durante aquel mes de octubre de 2001. Y esa escena detonadora de la trama, con un artefacto estrellándose contra la habitación del adolescente protagonista, tampoco es que ayudara demasiado a la causa…
Richard Kelly se lanzó a por su primer largometraje sin límites, ni creativa ni formalmente hablando, y aquí la labor de Steven Poster, mucho más que el director de fotografía de la obra, resultaría crucial como contrapunto para un realizador debutante y con problemas a la hora de gestionar un presupuesto limitado. Poster, en cuyo asombroso bagaje se contaban trabajos en obras inmortales como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), atenuó los impulsos de un Kelly que pretendía rodar la escena introductora del colegio en un único plano corrido de Steadicam, entre otras gargantuescas ambiciones. Y al hecho de que una figura a la que respetaba le ayudara a mantener al menos un pie en la tierra debemos todos el poder disfrutar de una obra hoy de culto.
Lo que sí se permitió el hambriento director novel (refiriéndonos a una voracidad de naturaleza puramente artística) fue el experimentar a su antojo en el terreno de la narrativa. El seguimiento de la trama de Donnie Darko, cuya identidad coquetea de bandazo en bandazo con la comedia más negra, el drama más puro, el terror e incluso con la ciencia ficción tangencialmente, demanda altos niveles de atención e implicación de parte del espectador. Y tal vez sean necesarios más de uno y de dos visionados para apreciar verdaderamente el cuadro en su conjunto.
Porque, para degustar una obra ambiciosa, la calma y la inmersión total son peajes honestamente exigibles.
La esquizofrenia de Donnie (encarnado por un bisoño Jake Gyllenhaal, perfecto transmisor de todos sus miedos, frustraciones, dudas y desesperanza), y su aversión hacia la toma ordenada y responsable de su medicación, nos llevarán de la mano entre viajes temporales desencadenados por una traición en forma de burla a la muerte, esa eterna igualadora que se sienta a la derecha del tiempo. El inquietante Frank salva a Donnie de un accidente fatal, generando un universo paralelo que nunca debió existir y del que él es único responsable. Y la misión del estrambótico conejo será deshacer el terrible entuerto que él mismo conjuró, en un plazo límite y recurriendo incluso al amor como sentimiento puro capaz de derrotar a otro tan poderoso como el miedo a la muerte.
«Todas las criaturas de este mundo mueren solas.»
La delgada línea entre lo real y lo onírico, esas fluctuaciones entre slow y fast motion que son seña de identidad de la obra y que rayan la labor de orfebrería si nos remontamos a los medios tecnológicos del ya lejano inicio del S XXI… Donnie Darko es especial por muchas razones.
Y con la mente abierta hay que afrontar su desafío.
@Juanlu_num7
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