Ruego me permitáis introducir un cambio interesado en el título de la novela filosófica de Milan Kundera, pese a que no me siente frente al teclado para hablar del escritor checo. Dicha matización regala una agradable apertura para hablar de la obra de otro escritor, anterior a Kundera y del otro lado del charco. En Providence (Rhode Island) nació y murió en un exiguo intervalo de 47 años, entre el ocaso del siglo XIX y los albores del XX, el considerado mayor exponente del subgénero denominado «horror cósmico». Hoy, camino del ochenta aniversario de su adiós, los relatos de H.P. Lovecraft siguen vivos en la mesilla de multitud de lectores.

Pero… ¿qué es el horror cósmico?.

El miedo es tan antiguo como el ser humano, y el más potente de los miedos es siempre el provocado por aquello que no logramos entender. Lovecraft lo sabía, y su obra se construye desde sensaciones tan turbadoras como el desasosiego proveniente de planos del universo cuyo tamaño y complejidad excede en mucho nuestra capacidad de compresión, realidades frente a las que nuestra intrascendencia se revela en todo su terrible esplendor.

Grietas de nuestra realidad que permiten a los protagonistas de sus piezas vislumbrar terrores indescriptibles, criaturas frente a las que un mero intento de catalogación o comunicación supone la garantía de un viaje de ida hacia la más insondable de las locuras, sin vuelta posible. Horrores carentes de ética y moral porque su superior naturaleza es ajena del todo a nociones tan humanas, semidioses mortales fruto de una readaptación del panteón politeísta clásico para los que suponemos la mayor de las insignificancias. Los Primigenios de Lovecraft no desean el mal de la humanidad, porque no es posible albergar tal motivación virulenta frente a seres que son una nulidad.




Esforzarse en la búsqueda de un cierto grado de cohesión en la obra del autor es algo innecesario y ajeno del todo a las pretensiones de su creador: Lovecraft nunca quiso construir un bestiario, sus mitos fueron siempre los del protagonista de cada relato independiente. Agrupar (intentarlo, más bien) esa amalgama de nombres y localizaciones constituiría la motivación de Derleth (discípulo y seguidor) tras su muerte, bajo la premisa de generar una accesibilidad artificial, pero la verdadera magia de sus mitos siempre se halló en esa brutal capacidad para generar desasosiego e incomodidad, para convertir a sus personajes humanos en avatares que contienen al lector y lo transforman en protagonista de todo en intensísima primera persona. Un grado de inmersión tan difícil de entender como los horrores a los que nos enfrentaremos en cada una de sus páginas.

Olvidad la mercantilización posterior de la figura de Cthulhu, ya sea en mediocres adaptaciones cinematográficas e interactivas o bajo cualquier otra forma marketiniana posible: lo genial de Lovecraft anida en su magistral conversión de la pluma en agente contagioso de sensaciones.

Porque nunca se trató de erigir una mitología global, sino de algo mucho más importarte: entrar en mentes y corazones de generaciones y generaciones.

@Juanlu_num7 

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