«To change is difficult. Not to change is fatal.»

Charles Darwin

Spielberg, en un ejercicio de adaptación al entorno que hubiera emocionado al mismísimo Darwin, puso en práctica muchos de los recursos del manual del buen cineasta para combatir las limitaciones técnicas que tanto los medios disponibles como su ambición innegociable (rodar en alta mar fue una imposición del director) presentaron para poner en jaque a la producción. Sugerir en lugar de mostrar para disparar la imaginación de los espectadores, potenciando el temor a lo desconocido como respuesta ante los reducidos minutos del tiburón mecánico en pantalla. La batalla contra la técnica se libró (y ganó) desde el uso de elementos posicionales (bidones fijados al cuerpo del escualo), con la cámara ejerciendo el rol de la amenaza en primera persona y gracias a la maestría de un John Williams cuyas notas anticipaban los instantes en los que haría aparición el monstruo, estableciendo una diferencia meridiana con respecto a las falsas alarmas.

Steven redibujó los planes iniciales, para llevar al proyecto a la supervivencia primero y a la inmortalidad después.




Un rodaje programado por el estudio para un plazo de 55 días que acabó extendiéndose en más de 100 jornadas extras ante las numerosas dificultades logísticas, generándose un clima de desconfianza creciente que llegó a impregnar al propio Spielberg hasta que la prueba de pantalla celebrada en marzo de 1975 en Dallas demostró que la obra funcionaba a la perfección. En el árido estado tejano el tiburón caló hondo en los espectadores, y se fraguó el primer gran blockbuster veraniego de la historia del cine.

«Jaws was to me a near to death experience.»

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La elección del protagonista es otra de las grandes decisiones que marcan la maestría de la película. Brody es un héroe improbable, desubicado y superado por la vida en el inicio de la trama y para el que su familia ejercerá como pilar sólido e imprescindible. Un tipo con hidrofobia (al igual que el propio Spielberg) y procedente de la jungla de asfalto neoyorquina es el encargado de combatir al colosal depredador acuático: difícil hallar un perfil con menores probabilidades de éxito.

El protagonista iniciará un viaje catártico en el que superará su fobia y recuperará la confianza en sí mismo, llegando a rebelarse ante la corrupción de unas autoridades que pretenden ocultar la amenaza. Y nadie mejor que el maestro de Cincinnati para guiarnos por el arco de Brody que es a la vez columna vertebral del film, regando el camino de escenas memorables como la previa al primer ataque del escualo. Con los bañistas disfrutando de un día en la playa, felices y totalmente despreocupados al no compartir la información que Brody (y el espectador, por extensión) posee, la cámara nos conduce de la mano entre secundarios y falsas alarmas, sin perder nunca la estela del niño marcado con el bañador rojo. La resolución evitará el uso de la violencia, que quedará reservado para la muerte de Quinn como personaje marcado por tintes tóxicos y negativos que es.

Jaws merece su lugar entre las mejores obras de la extensa filmografía del celebrado director, y desde esta humilde tribuna dejamos nuestros argumentos para recalcarlo.

@Juanlu_num7

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