Dentro de la profusión de metáforas y el magistral uso de la simbología que son señas de identidad de esa obra maestra que es Blade Runner, y que tratamos previamente en otra pieza (http://beat4people.com/index.php/2016/01/27/blade-runner-el-simbolismo/), la religión se siente presente de forma vertebral. Desde el rol de Tyrell como dios creador (incluyendo su atalaya/morada en forma de pirámide egipcia) hasta los Nexus-6 como ángeles caídos (siendo Roy Batty el mismísimo Lucifer), la película nos lanza referencias religiosas más o menos explícitas.
Y el genial villano interpretado por Rutger Hauer aglutina buena parte de ellas.
Batty, en una actualización del mito de Prometeo y, por extensión, del Frankenstein de Mary Shelley, se revela virulentamente frente a su creador. Pero esta vez el motor de su furia será la crueldad de un hacedor que vinculó irremisiblemente su existencia a una caducidad de 4 años, de igual forma que Dios creó al hombre como un ser mortal. Y en la epifanía final de Roy, una de las secuencias más icónicas del film y de la historia del cine, se revelará la doble condición del líder de los Nexus-6.
Porque Batty, además de ángel caído, se erige en reencarnación de Jesucristo.
En las postrimerías de la salvaje persecución final a Deckard, consciente ya de que su hora ha llegado, Roy se inserta un clavo en su propia mano, en una referencia directa a la crucifixión: el sacrificio final del Hijo de Dios. Y la poética muerte del personaje, a sugerencia del propio actor y fuera del guión previsto, nos muestra a su espíritu abandonándole con la forma de una paloma blanca (Espíritu Santo).
Inmediatamente después, incrustado en el monólogo de Deckard que sigue a la muerte de Batty, encontramos otra de las referencias relacionadas con la religión ocultas en el metraje:
«All he wanted were the same answers the rest of us want. Where do I come from? Where am I going? How long have I got? All I could do was sit there and watch him die.»
Las 3 preguntas son en realidad el título de un cuadro de Paul Gauguin que, pese a su anticlericarismo intenso y confeso, acudió a las preguntas fundamentales del catequismo de Dupanloup para dar nombre a una obra perteneciente a su etapa más pesimista.
La joya de Ridley Scott, inmortal a diferencia de sus replicantes, es fuente infinita de detalles dignos del análisis más profundo. Y no será la última vez que sea invitada a estas páginas…
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