La maestría técnica de Alfonso Cuarón al servicio de la excelencia narrativa, una narrativa construida desde planos generales de un belleza superlativa y que contienen infinidad de símbolos y detalles proféticos del destino de la protagonista. Una historia cotidiana que exige concentración plena ante el incesante bombardeo de información que acaba siendo cada escena, concentración que el espectador alcanzará en cuanto la película le atrape sin remisión y le lleve a implicarse emocionalmente hasta la médula con la trama (que no es más que la realidad llevada a la gran pantalla) y con sus protagonistas.
Uno de los grandes mensajes del film, que Cuarón nos deslizará a veces de forma muy explícita como en la secuencia del multitudinario entrenamiento de artes marciales, es el de que Cleo, pese a su carácter humilde y discreto, es especial. Y su amor, fortaleza y valentía son el homenaje del director a todas esas trabajadoras internas que son el alma de los hogares y pilares maestros de la educación de los niños y niñas que en ellos habitan. Cleo (impecable trabajo de Yalitza Aparicio) es un torrente incontenible de vida, y gracias a ello se mantendrá firme ante sus crueles reveses.
La ausencia de banda sonora extradiegética (con una dedicación y mimo dignos del mejor de los orfebres en cada sonido presente en la obra); ciertas perlas delirantes que salpican aquí y allá el tono de normalidad imperante; pequeñas joyas como la presentación del padre de familia (altamente descriptiva y que se aparta del esquema de la película); el retrato de una etapa histórica terroríficamente convulsa como telón de fondo… Roma es uno de los regalos más especiales que el cine nos ha legado en los últimos años.
Una obra de arte costumbrista.
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