Estas tres palabras son las que definen la extensa y maravillosa obra de Eduardo Chillida, uno de nuestros más universales artistas.
A Contracorriente Films estrena mañana viernes 10 de enero (finalizando el centenario del artista) Ciento Volando, un documental de Arantxa Aguirre que recorre su vasta obra desde sus inicios.
Un poético título que nos recuerda una de sus grandes frases, “más vale ciento volando que pájaro en mano”.
Empezando por su temprana lesión como portero de fútbol profesional en la Real Sociedad (pocas lesiones son tan afortunadas) y sus estudios de Arquitectura en Madrid, pasando por su estancia en París donde fue lanzado a la fama mundial gracias a la Galerie Maeght hasta lo que es hoy su sueño cumbre, Chillida-Leku.
En Ciento Volando descubrimos la importancia que para Chillida tenía su familia, especialmente Pilar Belzunce de Carlos, su compañera desde la adolescencia. Como en sus obras expuestas al aire libre, él quiso echar raíces en su tierra, arraigarse, pero con los brazos abiertos como ramas al cielo. Abrirse al mundo.
La película está compuesta por una serie de conversaciones, poéticos silencios, una fotografía espectacular (no muy difícil con la luminosa, viva luz del norte) y una música (incluyendo una pieza cuanto menos curiosa de Bach -el compositor que ayudaba a Chillida en su trabajo- con guitarra, flauta y violín).
También fotografías en blanco y negro y a color del proceso de creación del caserío en Chillida-Leku, partiendo de las antiguas ruinas del Caserío Zabalaga (manteniendo su escudo de armas y fachada original) que fueron remodelando con la ayuda del arquitecto Joaquín Montero.
El montaje, los planos y movimientos de cámara son pausados, acorde con el tiempo de creación del propio Chillida. Lento para buscar la perfección, sin aristas ni ángulos rectos sino un diálogo con la naturaleza. Sus obras logró integrarlas, como el famoso Peine del viento, incrustado en las costas donostiarras. Con esta obra viva gracias a las mareas y las aves se inicia y termina la obra de una forma muy inmersiva e hipnótica. Como hipnótico es su final en el Peine del viento con una infografía que transforma el agitado mar en el incesante fuego de una gran fragua creativa.
La gente paseando o sentada entre las obras y los maravillosos árboles, así como la lluvia, son otras piezas clave del documental, cerrando el marco (espacio) perfecto para una impresionante colección de formas, figuras y huecos que nos hablan con autenticidad. Como los versos de San Juan de la Cruz, uno de los autores tan apreciados por Eduardo Chillida cuya obra “ilustró” en sus varios libros que recogen su obra sobre papel, relieves y bajo relieves de gran calidad. Tan expresivos como sus monumentales obras de hierro forjado lenta, pausada y concienzudamente. Tanto el metal (con el fuego) como la piedra, la madera (visibles en las intrincadas vigas y columnas del interior del casi hueco Caserío Zabalaga) y el papel fueron sus materias primas sobre las que nos dejó un legado inmortal.
La obra de una excepcional persona que no solo fue un genial artista, sino un <<defensor de los derechos humanos y la justicia social (cuyas) ideas son un testimonio eterno de la capacidad de las personas para cuestionar, descubrir y asombrarse ante el mundo que nos rodea y luchar por la libertad y respeto de todas las culturas>>.
Un legado buena parte recogido en el recientemente reabierto Chillida Leku que, sin duda, merece la pena visitar. Tanto como el visionado de Ciento Volando en la gran pantalla, invitándonos a relajarnos; a contemplar, adentrarnos, tocar y explorar la naturaleza. A innovar constantemente como hizo siempre el inmortal observador, paciente, creador y soñador Eduardo Chillida.
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