El pasado sábado 14 se clausuró la 16ª edición del festival en el Palafox. Por cuestiones de horario y trabajo, no pude disfrutar de todas las películas que quería… pero las que vi me dejaron muy buen sabor de boca. Imágenes que, sin que suene a tópico, quedarán en mi retina.
Historias para recordar, como trataré de hacerlo en éste póstumo post sobre el que, al menos para quien esto escribe, es de los más importantes acontecimientos culturales del año.
Abría el Festival, junto a una excelente degustación de cerveza y degustación de la gastronomía germana, Exit Marrakech, una película que, en forma de viaje de la vida, hace una introspección en las relaciones (en no pocas ocasiones tumultuosas) entre padres e hijos. En el viaje, el joven Ben, interpretado magistralmente por Samuel Schneider, descubrirá todas las facetas del amor y conocerá de verdad a su padre, (divorciado), interpretado de forma no menos soberbia por Ulrich Tukur. Este viaje, se podría decir que iniciático y conducido de forma impecable por la directora y guionista Caroline Link, les llevará desde la desconfianza entre ambos hasta el reconocimiento y unión profunda.
La segunda película fue Susurros tras la pared. Como Grzegorz Muskala reconoció tras la proyección, se trata de un film pseudo experimental, de bajo coste, que llevaba tiempo queriendo hacer. Inquietante y muy agobiante por la estrechez de espacios, en este apartamento cualquiera perdería la cabeza como lo hace Martin, bien interpretado por Vincent Redetzki, quien cae enamorado de su extraña y sensual casera Simone (Katharina Heyer).
Con referencias a directores de culto, Hitchcock, (La ventana indiscreta, Psicosis), Polanski (Repulsión) y Lynch (Terciopelo azul), el espectador mantendrá la respiración de principio a fin, pasando por momentos gore y otros surrealistas que no dejarán a nadie indiferente.
Occidente (West) fue la que vi nada más acabar Susurros tras la pared. Un docudrama, dirigido con buena mano por Christian Schwochow y escrito por su madre, Heide Schwochow, de corte psicológico en el que se retrata con crudeza las vivencias de los que pasaban de la RDA a la RFA, sin tener familiares en la Alemania Occidental. El centro de acogida se convertirá en el nuevo hogar de Nelly Senff (Jordis Triebel) y su hijo Alexej (Tristan Globel). Ahí, entre innumerables preguntas y pruebas, conocerán a gente que les cambiará la vida.
Los hermanos negros, la película infantil de este año (y la primera del maratón del último día), es una obra dickensiana en la que la banda de deshollinadores deberá hacer frente a otro grupo de la ciudad, los Lobos, y al traficante de niños, el responsable de que los hermanos negros sean vendidos como deshollinadores a amos cruentos o borrachos. Acaba bien, obviamente, pero no antes sin pasar por momentos dramáticos. Xavier Koller ha hecho un buen trabajo recreando estas aventuras ubicadas entre Suiza e Italia, en pleno siglo XIX.
Wolfskinder, la segunda película del sábado, es otra película retrospectiva de la II Guerra Mundial. Se ubica en 1946, en la Prusia Oriental, centrándose en la supervivencia de varios niños huérfanos. Su lucha por buscar comida, refugio, y mantener, o no, sus identidades se convertirá en su único pensamiento minuto a minuto, aunque también, como todos los niños, habrá momentos para divertirse e incluso enamorarse aunque sea de forma muy inocente. Las lágrimas y sentimientos a flor de piel se mezclan con sonrisas ya desde el inicio de la película, haciendo una continua montaña rusa de emociones. El director y guionista Rick Ostermann refleja, en definitiva, la parte más cruda de todo conflicto: los niños. Ver como, a fuerza de estar solos, se ven forzados a madurar a pasos agigantados, invitan a la reflexión profunda.
Y ya la última, Fack ju Goehte, es una comedia que da una vuelta de tuerca a la situación muchas veces vista del profesor odiado al principio que acaba siendo el mejor del instituto. Un expresidiario que, por tener en los sótanos de un instituto de lo más rebelde su botín, al salir de la cárcel se hará pasar por profesor. De radicales y pasotas, pasarán a jóvenes de provecho con interés, incluso, por el teatro y las ciencias para la sorpresa de la directora, hasta entonces preocupada porque no le recorten presupuesto y una profesora traumatizada porque no destaca ni por ser la más guapa, fea, mala, o simpática. Siendo la más taquillera de Alemania, espero que, al igual que Un conejo sin orejas la estrenen aquí (fuera del festival) ya que me gustaría volver a disfrutarla. Bora Dagtekin, director y guionista, ha hecho un gran trabajo en esta comedia coral que garantiza una continua carcajada. Fue un fin de fiesta por todo lo alto que, tras dos películas con tintes dramáticos, me dejó con muy buen sabor de boca e imágenes y actuaciones, como he dicho al inicio, memorables de las que difícilmente se borran de la retina.
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