El cine argentino nos ha dejado un buen número de maravillas con la llegada del nuevo siglo, desde «Nueve reinas» hasta la reciente «Relatos Salvajes», pasando por «El hijo de la novia» o «Luna de Avellaneda». Muchas otras grandes películas se quedan en el tintero de manera injusta, pero permitidme la licencia de trampear mi selección para hallar un nexo común sobre el que vertebrar el texto que nos ocupa. Es fácil detectar la presencia del gran Ricardo Darín en todas ellas, como también sucede con la portentosa gema que nos ocupará en adelante.
Juan José Campanella nos golpeó con dureza en aquel año 2009, blandiendo para tal fin un drama magnífico, trepidante a ratos (en su faceta más cercana al género de investigación criminal, que la tiene) y continente de una emotiva lección acerca de la fuerza incandescente del amor entre dos personas. El fenomenal trabajo (una vez más) de Darín conduce una historia en la que brillan con luz propia todos y cada uno de los personajes con cierto peso en la trama. Desde Soledad Villamil (protagonista junto a Darín de la historia de amor secundaria del filme) hasta un Pablo Rago eficaz en el papel del marido de la víctima cuyo brutal asesinato da inicio a la trama, pasando por el genial Guillermo Francella. Dando vida al asistente de Darín, perdedor sobrado de magnetismo y alcohólico sin redención posible, Francella nos regala otro clásico secundario robaplanos. Su lealtad hacia su superior y amigo (otra forma de amor) dará lugar a uno de los grandes momentos de la historia.
La terquedad del personaje de Darín, incapaz de dar carpetazo al triste final de Liliana Colotto y a las injusticias varias acontecidas durante su instrucción, nos llevará de la mano por el interior de un guión artesanal (que huye de arabescos innecesarios), salpicado de planos brillantes (desde los más sencillos hasta la espectacularidad del coliseo del Racing Club de Avellaneda) y del memorable trabajo conjunto del reparto, ya loado en el párrafo anterior.
Una joya inmortal, seguramente la mejor película de su año y de muchos otros, que recuperamos hoy para recomendar su visionado (o revisionado) a todo el mundo. «El secreto de sus ojos» bien podría contener el secreto de la perfección, a menos que alguien encuentre algún resquicio de debilidad en tamaña obra maestra. El que escribe se declara 100% incapaz a tal efecto.
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