Mustang, (Deniz Gamze Ergüven, 2015) con un ritmo ágil y unas soberbias interpretaciones, sobre todo por parte de las cinco jóvenes protagonistas, primerizas en la interpretación, es un manifiesto contra la opresión y fanatismo en el que, pese al legado de Atatürk, sigue (y cada vez más) vigente en Turquía.
Frente a la libertad para descubrir, aprender y realizarse como personas que ansían las hermanas huérfanas, su abuela y su tío se empeñan en tenerlas encerradas, manteniendo una excesiva y perniciosa moral. Pretenden asfixiar su voluntad, pero ellas, incansables, se encierran en su mundo de ilusiones para sobrevivir y apoyarse entre ellas, sin cejar de buscar la libertad. A cualquier precio, cada una a su manera, en un símil de las recientes primaveras árabes cuyos efectos siguen muy vigentes.
La casa familiar se convierte en un verdadero campo de concentración, con el tío enrejando y bloqueándoles toda esperanza. En vez de una educación eficiente, permitiendo, de una manera controlada, equivocarse y aprender, su tío busca mantener unas costumbres que acaban asfixiando a sus sobrinas, haciendo de ellas unas desgraciadas pero a la vez incansables luchadoras. Afortunadamente cuentan con la ayuda de gente fuera y, como en la Casa de Bernarda Alba, el verdadero amor de una de las hermanas está fuera, como una válvula de escape.
A lo largo de la película, la tensión y el sofoco, que literalmente van sintiendo los personajes, se va haciendo cada vez más palpable dentro de la casa en claro contraste con la agreste comunidad rural en la que viven. Más aun con la abierta y tan occidental, hasta cierto punto al menos, Estambul.
No se debe decir más sobre esta película, exceptuando que todos los halagos, nominaciones y premios están plenamente justificados. Si todas las películas que, con gran esfuerzo, nos trae A Contracorriente Films merecen la pena, Mustang es, sin duda, un deber para todo cinéfilo. También es una de esas películas que deben estar presentes en los institutos.
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