La magia de un guión casi perfecto es uno de los factores que posibilitan el disfrutar una y otra vez de una película en infinitos revisionados, y eso es lo que alcanzaron Billy Wilder y I.A.L. Diamond a finales de la década de los 50. Y, si a un magnífico texto le sumamos la maestría del propio Wilder en la dirección y excelentes interpretaciones, el resultado es una de la mejores obras de la historia del cine, que el pasado verano cumplió 60 años desde su fecha de estreno en Estados Unidos.
Enriqueciendo su trabajo gracias a la incorporación de recursos gestuales de monstruos de la comedia como Charles Chaplin y Buster Keaton, Jack Lemon logra además que su C.C. Baxter transmita esa amargura y soledad que aporta matices al humor entre crítico y ácido que es marca registrada de Wilder. Y la llave del sobrio apartamento de Baxter ejerce como doble símbolo, tanto de la degradación moral imperante como de la sumisión de un protagonista dispuesto a casi todo con tal de prosperar en su trabajo.
Pero el corazón de la película es una historia de amor, y en él encontrará Baxter un foco de luz en su oscura soledad interior (con el inolvidable plano reflejado en un espejo roto como perfecta metáfora visual). La Srta Kubelik, ascensorista brillantemente interpretada por Shirley MacLaine, encaminará al protagonista hacia un triángulo amoroso con uno de sus superiores (laboralmente hablando) como tercer vértice, en plena fábula de funambulistas que intentan mantener el equilibrio mientras transitan por la delgada línea que separa muchas veces nuestras metas en la vida de la posibilidad de acabar vulnerando nuestra misma esencia, traicionando de paso nuestros principios.
«Shut up and deal».
El exquisito final, con cartas de por medio, cierra una obra colosal y muchísimo más compleja de lo que aparenta, en la que tiene cabida incluso el suicidio con un tratamiento sutil y elegante.
Una joya a la rendir pleitesía cinéfila al menos una vez al año.
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