Escribo estas líneas una semana después de acudir al cine para ver «American Sniper» («El francotirador» en nuestro país), consciente de que pueden levantar ampollas entre los fanáticos de su genial director. También yo soy un enamorado de buena parte del trabajo de Eastwood, pero no pude evitar abandonar la sala con la decepción apoderándose de mi, reacción recurrente ante las últimas obras del veterano realizador californiano.

Desde que aparecieron las primeras noticias acerca de esta adaptación de la novela que cuenta la vida de Chris Kyle, el letal francotirador al que el Pentágono adjudicó 160 bajas durante la guerra de Irak, una mezcla de ansiedad y temor tomaron mi cabeza al asalto. Ansiedad positiva por degustar lo que Eastwood sería capaz de ensamblar con un tema tan polémico tras el telón, temor ante la posibilidad de que la obra acabara ahogada por un excesivo espíritu patriótico. Kyle es un héroe americano, y su muerte a manos de un ex-marine (aquejado de estrés postraumático y al que intentaba ayudar) en 2013 está demasiado reciente, soy consciente de ello. Por ahí se articulaban unos temores que acabarían por confirmarse.

«American Sniper» es una gran película bélica, un western moderno con buenos y malos claramente definidos, sin ambages ni claroscuros. Los que buscábamos al Eastwood más crítico (Gran Torino) quedamos huérfanos de tal enfoque: las dudas, los remordimientos o el sentimiento de orfandad nunca pasarán por las cabezas de Kyle ni de sus hermanos de batalla. Los efectos de la guerra se hacen visibles en la desconexión casi total del protagonista con su vida civil, pero la obra ofrece una visión blanca y plenamente justificada de la intervención norteamericana. Repetimos: la delgada línea entre los buenos y los malos nunca se difumina, aparece claramente trazada y al abrigo de un patriotismo elevado a la enésima potencia.

Pocos días después de ver la película decidí iniciar mi segundo visionado de «The Wire», la obra maestra de la HBO. Y el asunto viene mucho más a cuento de lo que pudiera parecer: la serie producida por David Simon enarbola el realismo por bandera (de forma parecida a lo que parece pretender Eastwood), y nunca traiciona dicha intención. Centrándonos en la primera temporada, los dos bandos presentes (policías y traficantes/distribuidores de droga) son expuestos con sus claroscuros, bondades y miserias incluidas. La brutalidad policial se entremezcla con la honestidad y pasión de detectives volcados en su trabajo, y los ajustes de cuentas y asesinatos van de la mano de algunos delincuentes atormentados por dilemas morales y cansados del infierno diario en el que habitan. Todo ello sin lesionar la empatía del espectador con los protagonistas de ambos lados de la batalla. Tal vez era mucho pedir acercarse a algo semejante (son distintos formatos, para empezar), pero hablamos del genio que nos trajo «Sin Perdón» o la citada «Gran Torino», poderosos alegatos contrarios a la violencia .


El duelo entre Kyle y Mustafá (el tirador al servicio de los iraquíes) traiciona el background histórico y fracasa ante el escaso trabajo dedicado a la construcción de la némesis del protagonista. Los iraquíes apenas cuentan con líneas de diálogo, abandonados a la maldad pura y al salvajismo más descarnado. La mujer del protagonista acaba relegada a un elemento decorativo más, tras un prometedor inicio de una solvente Sienna Miller.

Evidentemente no todo son problemas en la obra. Pese a que el trabajo tanto en el bando enemigo como en la mayor parte de los personajes secundarios presente poderosas debilidades, y a que las complejidades morales inherentes a cualquier conflicto bélico brillen prácticamente por su ausencia, el filme derrocha poderío visual, ritmo y mimo por los detalles. Una buena película bélica, lastrada por las expectativas autogeneradas por el que escribe.

@Juanlu_num7

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