Con A Rainy day in New York (Un día de lluvia en Nueva York), que se estrena en las salas españolas mañana 11 de octubre, Woody Allen nos lleva al Nueva York bohemio. Con clase, pero bohemio y un punto sórdido.
Sin llegar al nivel de sordidez y querer huir de lo impostado como le pasa a Holden en The Catcher in the Rye (novela de J.D. Salinger), Gatsby Welles (Timothée Chalamet) en A Rainy day in New York también busca en la Gran Manzana encontrarse a sí mismo. Encontrar su espacio. Ambos personajes necesitan liberarse de las ataduras y lo que otros esperan de ellos mismos.
Cuando a Ashleigh Enright (Elle Fanning), novia del excéntrico Gatsby, le sale una entrevista con Roland Pollard, un destacado cineasta, en Nueva York, promete ser la gran oportunidad para un romántico, agradable y muy especial fin de semana en Nueva York. Hasta que una serie de aventuras y encuentros (con personajes interpretados por actores igual de destacables) bajo la lluvia termina por separar sus caminos irremediablemente.Mientras que para Ashleigh es el principio de una fulgurante carrera en los medios, para Gatsby es un viaje a sí mismo en el que descubrirá un secreto familiar que le hará entender mucho sobre él mismo.
Woody Allen regresa a Nueva York, al romance “dramedia” (tragicomedia), donde el hechizo neoyorkino envuelve al espectador en una narrativa sin excesivos alardes fílmicos pero con un ritmo fluido, casi sin pausa, aunque sin llegar al habitual frenetismo neoyorkino.
Un hechizo complementado por las manos de Timothée, que al igual que en la emotiva Call me by your name, vuelven a posarse sobre el piano (sobre dos pianos, mejor dicho). Eso sí, con melodías más woodyanescas en esta ocasión.
Si siempre es recomendable ver una película de Woody Allen, porque incluso en las más flojas de su filmografía hay detalles interesantes, divertidos, sorprendentes, ahora lo es más que nunca.
Resulta ciertamente hipócrita y triste que por su dudosa y poco respetable conducta moral, algo puramente personal y familiar, se prive a la gente, especialmente a los cinéfilos, disfrutar de un talentoso cineasta. Hay tantos pintores, escritores, músicos y demás artistas con conductas igual o más reprochables que las de Woody Allen, pero cuyas obras se admiran, y no solo de la época actual, que es una ceguera incomprensible censurarle solo por cómo es. Por eso, disfrutar de Un día de lluvia en Nueva York, es agradecer a distribuidores como A Contracorriente Films (que vuelve a hacer honor a su nombre) su apuesta por el talento y no la personalidad de los artistas.
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