Los franceses, es bien sabido, dan mucha importancia a la cocina. La escuela más famosa de cocina es francesa. También lo fue el primer restaurante del mundo: Delicioso.
Esta película narra su historia, durante el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Francesa.
El detonante es el despido del talentoso cocinero Pierre Manceron (Grégory Gadebois) por parte del Duque de Chamfort, (Benjamin Lavernhe) con burlas y un enfado monumental. Manceron se vuelve a su casa en el campo, con su hijo. Ha perdido el gusto por la cocina, pero entre su hijo (Lorenzo Lefèbvre) y una enigmática Louise, (Isabelle Carré) no solo lo recupera, sino que abre el primer restaurante del mundo, dando más calidad y glamour a las tradicionales postas donde las diligencias, (caballos incluidos), paraban para reponer fuerzas.
Una vez más, nos demuestra este filme, (dirigido por Éric Besnard) que la venganza es un plato que se sirve frío. O, más bien, que hay que cocinarla a fuego lento. Manceron logra burlarse de Chamfort, humillándole, haciéndole comer rodeado de otros comensales a los que ni siquiera conoce, poco antes de que cayera la Bastilla. Podría decirse que es el inicio real de la Revolución Francesa.
Además de abrirnos el apetito, Besnard nos deleita visualmente con una excelente factura fotográfica: unos paisajes rurales que nos recuerdan a las pinturas goyescas (La pradera de San Isidro), vívidos bodegones culinarios que juegan con los colores de la materia prima, velas y fogones. Una iluminación que nos recuerda a la que hizo en su día Stanley Kubrick en Barry Lyndon.
Se trata, en definitiva, de una película que, si aun no estamos del todo saciados tras estas fiestas navideñas, nos abrirá como decía el apetito. Hay que degustar estas intrigas políticas, esta mezcla entre la comedia y el drama, plácidamente, sin prisas, con una sonrisa en la cara y los ojos bien abiertos para no perder detalle. Lo mismo que la buena cocina de la que, por cierto, salieron cantidad de innovaciones. Entre otras, las patatas fritas o, como bien las llaman en los Estados Unidos, “French fríes”.
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