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Hitler fue uno de los personajes que más protegidos por la Providencia se debió sentir en la Historia. No murió en las pútridas trincheras de la cruenta I Guerra Mundial, apenas tuvo consecuencias para él fracaso en el golpe en la cervecería de Múnich, (el Putsch de la Cervecería) perpetrado por el propio Adolf Hitler y el Partido Nazi en noviembre de 1923 y salió ileso de dos atentados, ya convertido en el ignominioso Führer. El que nos relata 13 Minutos para matar a Hitler, antes de comenzar la salvaje II Guerra Mundial y el de la Operación Valkiria, poco antes de terminar, cuando ya todo estaba perdido para la Alemania Nazi pero los jerarcas, empujados por el fanatismo a Hitler, se defendían a la desesperada, como gato panza arriba, enviando infantes al frente e imaginando ataques imposibles con armas que, por fortuna, jamás llegarían a tiempo. Al menos no a tiempo de caer en manos de un Führer delirante y colérico, porque luego fue otro pueblo el que sufrió una de éstas… Pero eso es otra historia.

En la historia que nos trae A Contracorriente Films este viernes 4 de Marzo, Oliver Hirschbiegel (director de El Hundimiento) narra de una manera visulmente muy efectiva cómo Georg Elser, un simple músico simpatizante del derrotado Partido Comunista de Alemania (PCA), se da cuenta de que Hitler será nefasto para Alemania.

Elser, gracias a su habilidad como carpintero y relojero, oficios con los que se ganaba la vida, idea una bomba que instala en uno de los escenarios donde Hitler va a dar uno de sus discursos el 8 de Noviembre de 1939.

Trató de persuadir a los camaradas del PCA, pero estos, diezmados y acobardados, le dieron la espalda. Fracasó, pero por fin Gerog Elser tiene el reconocimiento que se merece como combatiente en la resistencia alemana frente a la barbarie Nazi.

Aun sabiendo la trama de esta película, merece la pena verla por la maestría visual y de montaje con la que está narrada. Los primeros muy tensos minutos recuerdan al largo e imborrable plano plano secuencia con el que arranca Sed de Mal (Orson Welles, 1958). Georg Elser trata de huir, después de poner la bomba, reloj en mano. Sin embargo, es detenido. Con su estancia en prisión, donde es torturado para que confiese para quién trabaja, se nos desvela todo. Desde el inicio del ascenso Nazi al poder y la juventud de Georg Elser hasta el final agónico que todos conocemos.

La cinta, digna de ser seleccionada en el Festival de Cine Alemán, transcurre, con el muy presente e inquietante tic-tac de algún reloj, entre los contrastes de la fría prisión nazi al hasta entonces alegre pueblo germano de donde es oriundo Georg Elser. Entre las frías luces y movimientos de cámara que nos evitan ver, pero no por ello dejar de sentir, la tortura nazi y la ardiente pasión con tango incluido de Elser con una mujer casada con un maltratador simpatizante de los nazis. Salpicada de potentes planos simbólicos del Apocalipsis que se avecina, como unos nubarrones en el cielo o el reflejo del fuego en las gafas protectoras de George Elser trabajando en la siderurgia u otro de los momentos grandes del cine en forma del plano detalle del ojo forzosamente abierto, de Georg Elser que bien podía ser el de Alex cuando intenta ser curado de su adicción a la violencia en La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971).

13 Minutos para matar a Hitler nos enseña también los procesos de la mente humana. La facilidad con la que se moldean las mentes infantiles, en lo que serán las primeras Juventudes Hitlerianas; la cobardía de los perseguidos miembros del PCA; o la pasividad de buena gente, como Elsa, el amor de Georg Elser, en contraste con el arrojo y honorable sacrificio por el bien común. Esto último nos deja dos frases para la reflexión: “no podemos hacer nada”, de Elsa cuando ven a una de las vecinas atada en la plaza del pueblo con un cartel que la marca como “cerda judía” frente a “he sido un hombre libre, hay que hacer lo correcto”, de Georg, cuando dos miembros del PCA que están pintando una pared antes de las elecciones le preguntan por qué se arriesga ayudándoles.

13 Minutos para matar a Hitler, sentido y gran homenaje a un verdadero héroe, es una de esas películas que hay que ir a ver pero que, por el bien de la Humanidad, hubiera sido mejor con otro final, con otra historia o que, directamente, no hubieran tenido razón de ser. Como Stalingrado (o más recientemente su digno remake Enemigo a las puertas) o, ya en la Guerra Fría, Apocalypsis Now o una de las genialidades del cine negro, El Tercer Hombre.

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