5 de diciembre de 1991: tras la farragosa batalla mantenida por el dúo Cameron-Kassar encaminada a hacerse con los derechos de la franquicia y un interminable y durísimo rodaje de 170 días, se estrena en España la secuela de aquella película con espíritu de serie B de 1984. Terminator 2 llegaba a nuestras vidas y, 24 años después de su estreno, el tiempo la ha reservado un lugar privilegiado entre los grandes clásicos de su género.
132 millones de dólares de presupuesto (la de mayor budget en su día, 19 de ellos más un caza Gulfstream III directos al bolsillo/garaje de Arnie), más de 600 recaudados en taquilla, 4 Oscars de la Academia (centrados en aspectos técnicos)… Hasta aquí los fríos números. Pero Terminator 2 es mucho más.
Las virguerías técnicas empleadas en la concepción del T-1000 (Terminator de metal líquido y villano de la película) se erigieron en bandera comercial durante todo el proceso de promoción, pero el tiempo pasa, y las claves en torno al magnífico envejecimiento del filme distan mucho de unos efectos especiales infinitamente superados tras el paso de más de 2 décadas. La obra tiene alma, y profundizando en ella entenderemos verdaderamente su naturaleza atemporal.
Comenzando por la relación paterno-filial entre un asilvestrado (a una manera puramente urbanita) John Connor y el robot destinado a protegerle, el mismo que tratara de eliminar a su madre años antes con idéntico y fanático interés. Asistimos con asombro y cariño creciente a la tranformación del autómata en esa figura referencial que el chico nunca tuvo, disfrutando de momentos plagados de comicidad por el camino. El aprendizaje vital bidireccional sostenido entre los dos personajes es uno de los grandes motores de la obra, junto a la redención y a la lucha contra la desesperanza. Y aquí los focos se desplazarán hacia la hidra tricéfala formada por Sarah Connor, el Terminator, y la Humanidad en su totalidad.
El amor por su hijo y su afán por protegerlo es el motor que mueve a Sarah, el mismo que la llevará a escapar del psiquiátrico en el que se encuentra confinada. Su rendención reside en la salvación de su retoño, aunque será el chico el que acabe salvándola de sí misma en la gloriosa escena en el chalet de Miles Bennett Dyson, futuro creador de Skynet. También la rendención del Terminator anida en la salvaguarda de John Connor, y ello le empujará a realizar innumerables sacrificios durante el camino, coronados por el mayor de todos en un épico final.
El tercer (y más poderoso, si nos ceñimos a su naturaleza como portador de mensaje) foco de redención y desesperanza se fija sobre un personaje colectivo: la Humanidad. La supervivencia futura de la raza se encuentra amenazada por el auge y rebelión perpetrados por Skynet, pero la obra encierra un alegato anti-violencia que sorprende poderosamente en una película de acción. Más allá de la infantiloide prohibición de Connor al T-800 (0% de bajas humanas), la escena en la que un par de niños juegan con dos pistolas de juguete es una de las grandes-pequeñas joyas que contiene Terminator 2.
– «No lo lograremos, ¿verdad?. Me refiero a la gente…»
– «Está en vuestra naturaleza destruiros mutuamente.»
Apenas 2 líneas de diálogo, 26 segundos que filosofan en torno a la presencia incercenable de la violencia en la misma raíz del ser humano, una muestra de la desesperanza clásica e indisoluble a los convulsos años 90.
Por todo lo anterior y por mucho más, Terminator 2 merecía un humilde homenaje en nuestra web. Homenaje unido a la recomendación de revisitarla con otros ojos…
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