Es posible que True Detective no sea una obra redonda, y desde luego tampoco yo la consideraría la mejor serie de televisión de la historia (lugar reservado para The Wire en mi podio personal), pero sus geniales destellos, trabajados diálogos (en ocasiones hasta el extremo, tal llega a ser su barroquismo), particular imaginería y magnético dúo protagonista la alzaron hasta el altar del panteón catódico de 2014. El drama policíaco de Nic Pizzolatto es algo que escapa de la cotidianidad ya desde los magníficos títulos de crédito, y como tal merece ser analizado. Huyendo siempre como alma que lleva el diablo de su decepcionante segunda temporada…
Comenzando por sus personajes, el de Rust Cohle (interpretado por un enrachado Matthew McConaughey) es el motor primario de la serie. Su oscuridad nihilista, sus problemas relacionales y su realismo-pesimista atrapa desde los primeros diálogos con su compañero Martin Hart. La profunda y atormentada complejidad de Rust aflora según su amistad con su colega se va desarrollando, dejando al descubierto una escala de valores muy diferente de la del detective encarnado por un solvente Woody Harrelson. Más terrenal, mujeriego y menos talentoso e intuitivo que Cohle, Martin se convertirá sin pretenderlo en el lazo de unión de su socio con la realidad y en el mayor (y único) de sus apoyos, pese a los evidentes altibajos que se les presentarán. Maggie, la esposa de Marty (destacable trabajo de Michelle Monaghan), emerge entre los secundarios para jugar un rol importante en la historia de ambos detectives.
El poderío visual de la serie es otros de sus grandes atractivos. Los terrores reales que la trama ofrece aparecen siempre imbuidos de una capa de misterio gótico, repleta de referencias que buscan construir esa imaginería tan particular. El Rey Amarillo (homenaje directo a la obra del mismo nombre de Robert W. Chambers, serie de relatos cortos que son un clásico del terror estadounidense y que influenciaron posteriormente a H.P Lovecraft), las visiones de Rust, la ciudad de Carcosa (de nuevo referencia a las historias de Chambers y a la R´lyeh de Lovecraft), la cornamenta de ciervo, los pantanos y sus historias de sacrificios rituales… una catarata imparable de símbolos, que diferencian a la serie del resto y ejercen ese influjo turbador sobre el espectador (mención especial al final del tercer episodio, con ese monstruo que aguarda al final de muchos sueños).
Más allá de la estética, la serie presenta otras particularidades en forma y desarrollo que merece la pena resaltar. Las 2 líneas temporales (2012 y 1995) pueden parecer algo caóticas en los primeros capítulos, pero acaban perfectamente estructuradas y nos revelan pistas interesantes (ya sólo desde su deterioro físico) acerca del devenir futuro de los personajes. Además, el cacareado plano secuencia del final del 4º episodio es uno de los mayores logros formales de la obra. La enorme calidad de dicho plano ha sido alabada en multitud de críticas, 6 gloriosos minutos innecesarios a nivel de guión, pero de indudable y gozosa belleza.
Una historia de redención, de pérdida de fe en todo y en todos, de lealtad y de compasión, siempre contenida en el marco de la clásica batalla entre el bien y el mal. Todo eso y mucho más es True Detective, la serie del 2014. Pese a su polémica resolución…
@Juanlu_num7
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