El niño y la bestia, una película dirigida y escrita por Mamoru Hosoda, que también se encuentra en formato novela, es toda una fábula. Estrenada en España mañana viernes 22 de abril por A Contracorriente Films. Técnicamente muy bien realizada, con una buena profundidad de campo y mucho movimiento, la historia trasciende a una simple película infantil.
Sin dejar de entretener, de manera sutil nos muestra una serie de enseñanzas interesantes sobre las que reflexionar.
Como buena parte de la mitología y cuentos japoneses, el universo de El niño y la bestia tiene conexiones con un mundo fantástico. Un mundo habitado por bestias que Kyûta, un niño cuya madre está muerta y su padre ausente, descubre cuando huye de la policía para evitar ser recluido en un internado y se interna en un estrecho y oscuro callejón. Un punto que puede recordarnos a otras obras, tales como Alicia en el país de las maravillas o El jardín secreto. Lo original, en este caso, es la forma en la que se narra, todo lo que viene después.
Sin entrar a desvelar la trama, o ponerme filosófico con argumentos que podrían llevarme páginas y páginas, con la dificultad que hablar de ello conlleva, me gustaría destacar los temas o enseñanazas que para mí son la clave de la historia.
La soledad, a la que muchas veces nos vemos expuestos, puede llegar ser uno de nuestros peores enemigos. Tanto Kyûta como Kumatetsu, la bestia que le toma por aprendiz en un mundo donde los humanos somos lo extraño y peligroso, se necesitan el uno al otro. Tanto como Kyûta necesita la compañía de un pequeño roedor que desde el inicio le acompaña. Solos, ambos protagonistas estarían perdidos, acabando inmersos en el fracaso de sus aspiraciones.
La complejidad y enrevesamiento de la vida según vamos creciendo es otra de las moralejas. “Basta ya de hablar como un adulto”, llega a decirse en la película. Y es cierto. A la vez que perdemos la inocencia y el llamado “sexto sentido”, perdemos la capacidad de ver todo y de actuar de forma sencilla para complicarnos en exceso.
Todos esto nos lleva al verdadero antagonista de El niño y la bestia, otra metáfora más que nos invita a leer entre líneas: la oscuridad interior que todos llevamos y contra la que hemos de luchar. Esto, que es parte de la genialidad de la película, tiene su máximo exponente en otra muy buena y lapidaria frase del guion, “somos hijos de bestias (en referencia a los humanos por su comportamiento a veces tan irracional) criados por bestias”. Y no digo quién la dice, ni porqué, para no desvelar mucho más.
Y por último, la perseverancia para avanzar, desde un aprendizaje basado en la imitación, como los monos, hasta alcanzar el entrenamiento real y adaptado a nosotros (en todo lo que hagamos). Perseverar, al igual que Kyûta va descubriendo junto a Kumatetsu, es fundamental para seguir el camino hacia la realización de cada uno, ya sea (como un servidor) artista marcial o no.
En definitiva, El niño y la bestia es una película muy entretenida de ver, tanto en familia como para los aficionados al anime, que además nos dejará un mensaje para el crecimiento y la superación personal, con un final por todo lo alto en lo técnico y en lo emotivo.
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