«¡Oh, niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!»
Tragedia de Medea.
Como genio creativo incapaz de dejar indiferente a nadie, Yorgos Lanthimos volvía a la dirección acompañado de su inseparable Thimios Bakatakis, con el objetivo de regalarnos una revisión moderna de las tragedias clásicas de Eurípides. Y en The Killing of a Sacred Deer firma una joya de autor, que rebosa personalidad y transmite perturbación e inquietud crecientes según avanza el metraje. Porque desde el inicio de la historia el espectador barrunta que algo oscuro subyace bajo la relación más cercana a la sumisión que a la preocupación entre el cirujano Steven Murphy (Collin Farrell) y el adolescente Martin (encarnado por un magnífico Barry Keoghan), pero pronto descubrirá que sus elucubraciones no se acercan ni remotamente a la terrible realidad.
Una historia de responsabilidad, de asunción de errores por terrible que sea su naturaleza y del pago de deudas del pasado, que despega poderosa junto al personaje de Keoghan. Desplegando un par de alas oscuras ocultas tras ese halo desvalido y de necesidad emocional con el que se nos presenta a inicios del film, Martin vuela imbuido de un terrible poder al tiempo que el en apariencia humano, generoso y controlado personaje de Farrell encoge de forma imparable. Las emociones casi robóticas de la familia Murphy se intensifican paralelamente a la mutación de ambos personajes, cuando elementos como el miedo y la supervivencia entran en escena.
Porque no hay motor más egoísta y miserable que la supervivencia en su versión primigenia, sin adulterar.
Con una bellísima fotografía (mención especial a la poética imagen de Martin y Kim al amparo de un árbol majestuoso) y una banda sonora que nos guía a la perfección, tanto por los pasillos asépticos e infinitos del hospital como por los recovecos casa familiar, el giro de la obra hacia el thriller más puro llegará salpicado de coqueteos con la sordidez, sin perder jamás la elegancia.
Su paso de puntillas por nuestras salas asomó a The Killing of a Sacred Deer al abismo del olvido: que no llegue a caer en él es el humilde objetivo de esta pieza.
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