En la mejor tradición novelística japonesa, sentarse ante una obra de Kazuo Ishiguro (Premio Nobel del Literatura 2017) requiere de un alto grado de implicación y concentración por parte del lector. Más aún en el caso que nos ocupa, el de su segunda creación de cuya publicación se cumplen ya 32 años.
Porque en Un artista del mundo flotante la lectura entre líneas es equipaje indispensable, para navegar de manera óptima por unos diálogos y situaciones que encierran mucho más de lo que cuentan en sus capas más superficiales. Incluso los silencios de los personajes resultan mucho más significativos que las parrafadas en ciertos momentos de la novela.
Una obra que sugiere casi al mismo nivel que comunica frontalmente.
Envolviendo a la trama familiar de Masuji Ono y sus hijas, Ishiguro retrata en esta pequeña joya la situación de un Japón en plena, dolorosa y necesaria reconstrucción como sociedad y como nación, tras los bombardeos y la posterior derrota en la Segunda Guerra Mundial. La generación del propio Ono ejerce de compleja visagra entre el pasado y un presente abocado a ese proceso regenerador obligado, en conflicto permanente con el binomio orgullo-tradición japonés y en plena ocupación norteamericana. Y la polémica relación propagandística entre arte y política tendrá también un necesario espacio en sus 222 páginas.
-En fin, no tenemos por qué reprocharnos nada –dijo-. Creíamos en lo que hacíamos y nos esforzamos en todo al máximo, sólo que al final resultó que no éramos hombres tan especiales ni tan perspicaces como habíamos creído.
Salpicando el hilo narrativo presente con deliciosos relatos del pasado del protagonista, que nos ayudan a comprender mejor a Ono desde la perspectiva que aporta su evolución personal y profesional, Ishiguro construye una novela de ritmo pausado, rayando lo contemplativo en ciertas fases, que merece ser paladeada sin prisa y con calmada cadencia. Recomendación del que escribe en los meses más especiales del año para el mundo editorial.
Para comentar debe estar registrado.