The Dark Knight, segunda entrega de la trilogía superheroica de Nolan, nos regaló a un enemigo que desconoce el significado del miedo, un agente del caos cuyo propósito último y único es el de ver el mundo arder. Y el malogrado Heath Ledger se enclaustró durante 6 semanas en un motel para perfeccionar los movimientos y la voz (muy similar a la del cantante Tom Waits) de una inmortal interpretación que el director se encargó de potenciar evitando que el resto del reparto viera al actor australiano ya caracterizado hasta el momento mismo del rodaje de las escenas que compartieran con él, como reveló en su día Michael Caine.
El objetivo: lograr verdaderas expresiones de confusión y terror en sus miradas.
Con Álex de La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971) y Sid Vicious como curiosos referentes estéticos, el mismo Ledger se aplicaba el maquillaje facial sobre su cara (es sencillo reparar en las manos manchadas en numerosas escenas del film), e incorporó a la idiosincrasia del personaje un tic necesario: los lametazos recurrentes no eran sino acciones encaminadas a que las prótesis de silicona que simulaban las cicatrices a ambos lados de su boca no se desprendieran. Una imagen impactante, heredera directa de la Dalia Negra y su macabro asesinato real en el Hollywood de los años 40.
«You either die a hero, or you live long enough to see yourself become a villain.»
La premonitaria frase de Harvey Dent, parafraseando a Julio César, nos sirve también como convivencia en una misma sentencia de las dos grandes figuras antagónicas del film.
Antagónicas y, pese a todo, atrapadas en una dualidad que Nolan se encargará de deslizarnos con sutileza durante toda la obra, como cuando el Joker irrumpe en la fiesta en honor al fiscal del distrito formulando la misma pregunta que el propio Bruce Wayne utilizara minutos antes, tras llegar a su piso a bordo de un llamativo helicóptero y rodeado de supermodelos.
«Where is Harvey Dent?»
Y en la icónica escena del interrogatorio (claro homenaje al encuentro entre De Niro y Pacino en el restaurante de Heat) el psicópata verbalizará esa dualidad, con Nolan maravillando en un arriesgado uso de la cámara, cambiando de lado del plano constantemente a los dos interlocutores para tratar de plasmar el carácter persuasivo y errático del asesino. El Joker no ambiciona acabar con Batman, ya que con el justiciero desaparecería también su razón de ser, su motor vital…
«You complete me.»
El caballero oscuro y el príncipe payaso son dos incomprendidos, dos freaks situados en lados opuestos del cuadrilátero en el que se transforma la ciudad de Gotham (a la que los planos aéreos y la música de Zimmer convierten en una protagonista más del film). Y el abismo más pronunciado que los separa es la adhesión de Batman a un código moral, una atadura que desecha su rival para abrazar la más pura, caótica y cruel libertad.
El Joker jugará con su admirado antagonista, quebrará la voluntad del caballero blanco llamado a tomar el testigo del oscuro y tratará de hacer lo mismo con la mismísima ciudad gótica por excelencia, fracasando en última instancia.
Dos polos opuestos que se completan y que nos regalaron hace 10 años una memorable joya que trasciende a su género.
Y una interpretación magistral.
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