Una película o libro sobre Caravaggio es complejo. Hay que ilustrarlo muy bien, jugando con las luces y sombras como lo hacía el maestro.
La sombra de Caravaggio, un filme de Michele Placido (quien firma el guion junto a Sandro Petraglia y Fidel Signorile) supera con creces el reto. Cada escena se asemeja a una de las obras del genial artista de las sombras y luces. Merito compartido entre el propio Michele Placido, el director de fotografía Michele D’Attanasio y el diseño de producción (Tonino Zera) y vestuario, (Carlo Poggioli).
Deleite contemplativo que por sí solo ya hace que merezca la pena ver este filme en el cine. Me recuerda mucho al estupendo documental de Arte en Pantalla (A Contracorriente Films) Caravaggio, en cuerpo y alma.
Pero hay más. Unas soberbias interpretaciones y la conjugación de arte con la bella violencia de los duelos a espada o la sordidez de un mundo que se trata de ocultar.
Para ser un genio, como lo era Caravaggio, hay que captar el dolor y el sufrimiento. Eso lo supo hacer muy bien, haciendo inmortales la verdadera pasión y la caridad entremezcladas con duelos y enfermedades de los bajos fondos. Talento entre perversiones, como llega a decirse en la película.
Afortunadamente, hubo gente que no quiso destruir su obra cuando los altos mandos de la Inquisición querían quemarlos por “obscenidades y blasfemias” al poner estos personajes sufridores como la Virgen o santos (siendo ellos quienes, con sus desmedidas fiestas y abusos de poder eran más pecadores que el propio Caravaggio). Todo esto en plena pugna contra el protestantismo (con un genial guiño a La joven de la perla (de Johannes Vermeer) en la mención a Lutero.
Murió en una emboscada, trágicamente muy joven, pero con un inmortal legado y sin necesidad de arrepentirse, al menos ante quienes le acusaban, de nada porque el amor, como decía y pensaba, lo vence todo.
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