La genialidad de The Killing: Forbrydelsen, la magia que la convierte en una de las mejores series que servidor ha tenido el placer de paladear, reside en muchos y muy diferentes motivos. La fantástica recreación del sufrimiento de una familia con intrigantes claroscuros, el silencioso protagonismo de la ciudad de Copenhague, la batalla perpetua entre integridad y maquiavelismo en el contexto de la carrera política, el realismo apabullante a la hora de recrear una investigación policial… pero uno emerge con un poderío avasallador, para acabar imponiéndose sobre todos los demás: la protagonista de la historia, una Sarah Lund magistralmente encarnada por la actriz Sofie Grabol.
El arqueotipo de detective obsesionado con su trabajo, lindando lo asocial y que ni puede ni quiere compaginar sus perfiles profesional y personal, ha venido históricamente ligado a personajes masculinos. Aquí radica una de las genialidades de The Killing: Lund es una mujer que subordina todo a su caso, incluyendo el pequeño núcleo familiar (su hijo adolescente y su madre) y una nueva relación sentimental con la que pretende volver a empezar. Por supuesto dormir lo necesario, comer decentemente, vestir de forma atractiva o resultar simpática para el resto del mundo tampoco figuran bien posicionadas en el listado de prioridades de nuestra protagonista. Su horrible y anticuado jersey (cuyo consumo derivó en fiebre, siguiendo al éxito arrollador de la serie en Reino Unido tras su estreno en Dinamarca), su parquedad de palabras (la forma en la que suele cortar a su compañero en el caso y futuro sustituto al teléfono acaba siendo otra particularidad mítica de la serie), su carácter salvaje e impredecible y su aversión hacia las armas de fuego son aspectos que confluyen en el fascinante personaje de Lund, y que la erigen en el verdadero motor de la serie, un poderoso y atractivo fogonazo que engancha sin remisión.
Arropada por un reparto más que solvente y un guión que no escatima en crudeza y entremezcla subtramas con asombrosa fluidez, Grabol convierte en pecado capital el perderse la genial serie danesa, capaz de derrotar a la gigantesca BBC en el corazón de los británicos durante un buen lapso de tiempo. La magia de Sarah Lund demuestra que en otro rinconces del Viejo Continente también se pueden crear genialidades catódicas.
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