Adaptación bastante libre de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? del maestro Philip K. Dick, el tumultuoso proyecto que comenzara con la adquisición de los derechos de la obra para su adaptación al cine por parte de Hampton Fancher acabó en el estreno en 1982 de un filme muy adelantado a su tiempo, razón probable de su discretísimo rendimiento en taquilla. Ridley Scott, cuya solvencia como director de ciencia-ficción quedó sobradamente probada con la maravillosa Alien: el Octavo Pasajero (1979), firmó un producto revolucionario tanto en fondo como en forma. Una maravilla destinada a trascender su propio género y alcanzar el estatus de obra de culto.

Porque Blade Runner proyecta un poderoso mensaje con marcados tintes teológicos, valiéndose de un símbolo recurrente que nos acompañará durante toda la película: la compleja relación entre creador y creados, con los ojos como elementos vertebradores.

«I´ve seen things you people wouldn´t believe…»




Desde los tiempos del Antiguo Egipto (El Ojo de Orus), los ojos han arrastrado siempre una simbología asociada a la divinidad y a la verdad. Y, ya desde el arranque, Scott nos mostrará sus intenciones con esas poéticas imágenes de una Los Ángeles distópica, con chimeneas de fuego, edificios modernos y ese bellísimo juggernaut de forma piramidal (brillantemente acompañadas por la melodía de Vangelis) reflejados en un globo ocular. La pirámide en el ojo será el primer y poderoso símbolo de la historia, que nos introducirá en la verdadera trama que subyace bajo el guión y lo consolida.

El miedo a la muerte, a no alcanzar la vieja aspiración de trascender y engañar al olvido, es una de las claves relacionales del ser humano tanto con la religión como consigo mismo. Scott profundiza en este concepto desde el temor de los replicantes hacia su caducidad, sentimiento que originará un violento y decidido viaje en busca de respuestas que sólo el creador es capaz de ofrecer. Y aquí los ojos vuelven una y otra vez, como metáfora aglutinadora de la trama: desde las gafas de Tyrell (que potencian lo que ocultan detrás) hasta la visita de los rebeldes al laboratorio encargado de fabricar los globos oculares de los replicantes para la Tyrell Corporation, paso imprescindible para conocer el paradero del Hacedor. Los ojos… Siempre los ojos.

«If you could only see what I´ve seen with your eyes…»

El cruento y liberador encuentro entre padre (Tyrell) e hijo (Roy Batty) dará una vuelta de tuerca más a la metáfora visual presente en toda la obra, pero decíamos a inicios de esta pieza que los ojos cargan con un evidente doble mensaje, y el segundo los señala como portadores absolutos de la verdad. Los ojos son los espejos del alma, y a ello se agarra Scott al presentarnos el test Voight-Kampff, único método válido para identificar a unos replicantes idénticos en apariencia a los humanos. Los Blade Runner bombardean con preguntas a los sujetos, mientras monitorizan la contracción de su iris en busca de reacciones empáticas a la formulación de dichos interrogantes. El clásico «mírame a los ojos y dime la verdad», elevado a un nuevo nivel.

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Ridley Scott y su simbólica obsesión dieron coherencia a una obra inmortal, que navega entre steam-punk, teología y cine negro detectivesco. Por muchas insignificancias que haya firmado en su última etapa, nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos…

@Juanlu_num7

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