El ser humano es capaz de ser mucho más aterrador que cualquier monstruo surgido de su poderosa imaginación, porque la realidad supera casi siempre a la ficción. Y un claro ejemplo de tal aseveración lo tenemos en el convulso y sanguinolento transitar vital y «profesional» de Pablo Escobar, cuyo apogeo en la década de los ochenta transformó a un país en un narcoestado a todos los efectos.

El narrador Murphy (en un claro ejemplo de la reverencia que el director brasileño Jose Padilha profesa al clásico de Scorsese Goodfellas) nos lleva en Narcos de la mano por un formato que coquetea con el falso documental (sobre todo en ciertos momentos de la primera temporada), amparándose en una cierta base de hechos históricos que se contraen, resitúan, expanden y moldean en pos de mantener el frenetismo e interés episodio tras episodio. Y la crudeza y el ritmo no harán sino aumentar en la transición del primer al segundo bloque de la serie.

El que busque en Narcos un biopic fiel y riguroso de la obra y milagros de Pablo Emilio Escobar Gaviria, mejor que dirija sus miras hacia otros lugares. Los que se queden hallarán un magnífico ejercicio televisivo, trufado de trazos esclarecedores de la personalidad ególatra y megalomaníaca del personaje.

Porque el divo de la función no es otro que el patrón, encarnado por un excelso Wagner Moura. El actor brasileño (más allá de su peculiar entonación) colocó 20 kilos de más sobre su osamenta para bordar a un Escobar siempre a caballo entre el amor hacia sus seres queridos y el desprecio total hacia la vida de los seres humanos ajenos a tal núcleo. Impresionan de verdad los momentos íntimos de amor hacia su esposa e hijos en un demonio capaz de regar las calles de Medellín con sangre inocente sin atisbo alguno de humanidad o empatía hacia sus congéneres. Moura es capaz de transmitir con gestos y miradas emociones que trascienden líneas de diálogo, y ahí radica su idoneidad como motor de explosión de la obra.

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Pero, sobre todo en la segunda temporada, veremos como la ética se diluye también en el bando contrario al del narcotraficante. El presidente César Gaviria (encarnado por Raúl Méndez) apostará de manera creciente por métodos moralmente difusos en pos de la caza sin cuartel de Escobar, utilizando resortes de puro maquiavelismo directa (caso del Coronel Carrillo, personaje sin background histórico pero brillante en la trama ficticia) e indirectamente (mediante su aquiescencia hacia las acciones de Los Pepes). Y algo parecido ocurrirá con un agente Peña (gran trabajo de Pedro Pascal) que, junto a la mujer de Escobar (la mexicana Paulina Gaitán), ganará mucho protagonismo en los segundos diez capítulos tras haber gozado ya de cierta relevancia en el primer bloque.

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El afán marionetista del gobierno estadounidense de la época sobre Latinoamérica tampoco se dejará a un lado, con focos de oscuridad  fijados de manera permanente sobre DEA y CIA y recelos constantes de las autoridades locales hacia el invasor silencioso gringo. Matices varios que conforman un guión de categoría, que demanda un buen grado de atención y compromiso del espectador ante el notable carrusel de personajes que desfilan por la historia, apoyado en una realización brillante.

«I´m not a rich person, I´m a poor person with money.»

Pese a las críticas (evidentemente fundadas) del hijo del Escobar hacia la montonera de inexactitudes históricas de las que ya hablábamos en párrafos anteriores, Narcos triunfa a la hora de dibujar el perfil de un tipo excesivo por naturaleza, alérgico al anonimato (lo cual acabó por ser su ruina) y al control de sus pasiones y que sembró el terror en un estado hasta secuestrarlo prácticamente en su totalidad, mientras ascendía de forma imparable en la lista Forbes. Y que protagoniza el gran Caballo de Troya de Netflix para colarse en nuestros hogares…

@Juanlu_num7

 

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Experto en nada, imperfecto en todo y algo quijotesco. He visto cosas que vosotros no creeríais, así que trataré de contároslas...

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