La abundante cosecha de buen cine que 2017 nos ha regalado aumenta el riesgo de pasar por alto obras pequeñas en apariencia, y desde estas páginas virtuales no podemos permitir que tal injusticia alcance a A Ghost Story. Sirvan estas líneas como ruidosas cadenas, a modo de complemento para que el tránsito del fantasma sea perfectamente audible y llegue al mayor número posible de cinéfilos.
David Lowery apuesta en su película por la sencillez formal en la mayor amplitud del término, reduciendo a la mínima expresión tanto localizaciones como diálogos. Los espacios importan, pero desde un simbolismo puramente emocional, y la cinta es de naturaleza contemplativa y reflexiva, apoyándose sin pudor en la vertiente más visual y sensitiva de la narrativa. Incluso la representación del fantasma huye de arabescos estilísticos, basándose en un estándar estético simple y basado en los espectros de nuestra niñez.
Tampoco los protagonistas son lo verdaderamente importante de la obra (ni siquiera conoceremos sus nombres, y la galería de secundarios de nuevo se reduce al mínimo imprescindible), ni el tiempo (es fácil sentirse desorientado durante el primer visionado, hasta que contamos con la información necesaria para completar el rompecabezas que el director nos propone): el sentimiento de pérdida y su aceptación, lugares y momentos a los que nos aferramos cual asideros vitales… Esos conceptos complejos constituyen el alma de A Ghost Story.
Porque el cine nos ha mostrado en muchas ocasiones a los vivos encarando y afrontando la terrible tristeza que genera la pérdida de un ser querido, Pero… ¿y los difuntos?. ¿Cómo experimentan ellos la ausencia propia?.
La magnífica música de Daniel Hart, y la deliciosa maestría de Casey Affleck a la hora de transmitir dolor, desamparo y la más honda frustración desde detrás de una sábana que le cubre en su totalidad, serán hilos conductores de una historia que trasciende al tiempo y al espacio, y demanda cierta complicidad e implicación de parte de un espectador al que recompensará con creces.
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Todos etiquetamos de primeras A Ghost Story como un film de terror, fruto del desconocimiento inicial, pero no andábamos mal encaminados a la larga. Porque no hay mayor terror para una criatura consciente de la futilidad y caducidad de su existencia que el miedo al olvido, a que su huella se borre como un dibujo en la arena ante la crecida del mar.
Y David Lowery bucea en ese pánico tan humano, con elegante crudeza.
@Juanlu_num7
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