Hoy 5 de septiembre, A Contracorriente Films trae, una vez más, una joya a la gran pantalla. Se trata del reestreno de la genialidad de Giuseppe Tornatore con una música de otro grande del séptimo arte, Ennio Morricone. Para Madrid, y más concretamente su Gran Vía, Cinema Paradiso es una película muy de actualidad, por desgracia.
En esta céntrica calle, ya no se ven como otrora, las carteleras de cine pintadas a mano, con lo que de artístico tenían. En unos casos, como los cines Callao, Capitol y Palacio de la Prensa, porque el futuro y el capitalismo implacable e inexorablemente llega a todas partes, sustituyendo en este caso los artesanales carteles por pantallas digitales. En otros, porque, al igual que el escenario protagonista de Cinema Paradiso, los propios cines han cerrado sus puertas, como el Avenida y el Palacio de la Música. Esperemos que, además de hacernos disfrutar en la gran pantalla de éste clásico, este reestreno sea un aldabonazo sobre los que pueden salvar lo que queda de cultura en esta calle tan viva en todo momento y con alusiones al cine casi en cada rincón.
Post original:
Cinema Paradiso, obra maestra del italiano Giuseppe Tornatore, refleja algo más que la realidad cotidiana de Giancaldo, un pequeño pueblo de Sicilia, desde la postguerra hasta casi nuestros días.
Con mucha naturalidad (neorrealismo) va narrando retazos de la vida de Salvatore (Totó, como le llaman casi todos), desde que siendo un monaguillo de corta edad se apasiona con el cine de su pueblo hasta que, en la madurez (y ciertamente con aires de galán americano, como ya se ha señalado en otras críticas) vuelve al pueblo para reencontrarse con su pasado. Un pasado que ya casi no reconoce, y que no voy a desmenuzar para no “destrozar” la película, la narración, a aquellos de vosotros que tengáis el placer de verla por primera vez tras leer este artículo.
Lo que sí diré es que está llena de picaresca, emoción e imaginación. Picaresca por parte de Totó. Una picaresca primero para colarse en el pequeño cine, hasta en la cabina del proyeccionista con quién poco a poco irá trabando una gran amistad, amistad que solo encuentran “las almas gemelas”, hasta conseguir enamorar a la que será su primera novia, pasando por lograr su sueño de trabajar en el cine y sobrevivir a las penurias de la época.
Alfredo, el proyeccionista magistralmente interpretado por Philippe Noiret, le dará continuos consejos sacados de memorables diálogos cinematográficos (como el de El Hombre Tranquilo sobre el amor y las mujeres al Totó ya adolescente) salvo el último sobre la vida, que es de su propia cosecha como le contesta cuando Salvatore le pregunta de dónde lo ha sacado. A su vez, Totó le rescata, literalmente (no desvelaré de qué, pero sí que proyectar las primeras películas era un oficio de riesgo) y por ser su vía de escape de la soledad de la cabina de proyección.
La emoción viene dada por todos los personajes, entrañables a su manera, de una Italia que acaba de ser derrotada en la Segunda Guerra Mundial. La división entre la Iglesia, que actúa como la censura cinematográfica (y que tendrá un papel especial en el desenlace sin que apenas se nos de pistas en un guión tan natural como la vida misma, lleno de giros, dramas y alegrías) y los comunistas, algunos de los cuales emigran, y el pueblo llano… deseosos de ver besos en el cine.
La madre de Totó, viuda, que tiene que hacerse cargo del hogar, de Totó y su hermana será otro personaje que nos dejará la emoción a flor de piel… Emoción que tendrá su punto álgido en “momentos mágicos”, como cuando Alfredo, demostrando mucha maña en su oficio, logra proyectar la película en una de las paredes de la plaza para los que se han quedado fuera del cine (mediante el reflejo de la luz a través de un cristal y con un altavoz), o uno de los apasionados besos entre Salvatore y su primera novia bajo la lluvia, asemejándose con las secuencias del cine clásico que veremos a lo largo de Cinema Paradiso.
Y la imaginación. Gracias a unos buenos efectos especiales, la cabeza de león que adorna el agujero por donde sale el haz de luz que se proyecta en la pantalla cobra vida en la mente de Totó cuando se apagan las luces. Un león que, como por desgracia está pasando con muchos cines (ya al final de la película, el propietario del cine hace una acertada premonición), dejará de rugir.Pero no toda la película transcurre en el pequeño, abarrotado y bullicioso cine… También se nos mostrará la excesiva rigidez de la escuela; el trasiego de la plaza, primero con botijos, burros y otros animales, teñidoras para luego, hacia el final, estar llena de coches y el autobús que conecta el pueblo con el exterior con el único nexo de “el loco de la plaza”, una figura quizá poco relevante pero muy significativa; y Roma, donde Salvatore realiza el servicio militar y dónde, auspiciado por Alfredo, se establece para llevar a cabo su vida lejos del pueblo, “tierra maldita”… hasta su regreso, cerrando el círculo.
Toda una retrospectiva en la que nos acompaña los acordes del difícilmente igualable Ennio Morricone, autor de innumerables bandas sonoras.
Por todo ello, Cinema Paradiso, todo un reflejo del cine desde sus orígenes hasta casi el presente, es una película muy recomendada tanto para cinéfilos como los que buscan una historia emotiva y romántica.
(*) Re-edición de los dos artículos del 2015, que por causas técnicas se eliminaron de la web.
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