J.R.R. Tolkien, que luchó en las trincheras durante la I Guerra Mundial, experimentó en primera persona las huellas imborrables que un conflicto bélico deja en el ser humano. Y la guerra jamás abandonó del todo su posterior devenir vital, íntimamente unida a él desde varios nexos: su amigo C.S. Lewis, herido durante la terrible batalla de Somme (en la que se contabilizaron hasta 20.000 bajas británicas); su hijo Christopher, que sirvió en la Real Fuerza Aérea durante la II Guerra Mundial; y su gran legado, esa obra inmortal cuya génesis se sitúa en aquellos ratos sumergido en la escritura, como medio para escapar momentáneamente del infierno de muerte y destrucción que le rodeaba.
Peter Jackson plasmó perfectamente en su adaptación ese estrés postraumático relatado por Tolkien, en una magnífica escena de la recta final de El Retorno del Rey. Los hobbits regresan a La Comarca, su amado hogar, una vez acabado el conflicto. La esperanza del retorno se convirtió en luz dentro de la oscuridad reinante para los 4 medianos en diversas fases de su larga y dura travesía, necesaria para mantener tanto la ilusión como la cordura. Pero sentados todos a la mesa en su idílica tierra, degustando una exquisita y anhelada cerveza, acontece el ilustrativo intercambio de miradas y expresiones tintadas de extrañeza y zozobra.
Porque nada ha cambiado en La Comarca, su tranquilidad y pausado ritmo vital se mantienen tal y como los viajeros recordaban a su partida. Pero ellos emprendieron un tortuoso viaje por lúgubres senderos que les condujeron a formar parte activa (y decisiva) de la terrible contienda por la supervivencia global, y ese largo proceso colmado de traumáticas vivencias les transformó internamente.
Su hogar era el mismo, pero ellos ya no. El sentimiento de pertenencia a aquel lugar había desaparecido.
Frodo nunca llegará a asumir su regreso, acabando por tomar la firme decisión de abandonar su amada Comarca, y Sam únicamente completará el retorno tras la partida de su amigo del alma, en la escena que cierra la trilogía cinematográfica.
Agotadas las lágrimas, Samsagaz Gamyi supera al fin el trauma y culmina lo que Frodo jamás logró.
Volver, en cuerpo y alma.
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