John Ajvide Lindqvist no iba a dejar en manos de cualquiera la adaptación cinematográfica de su maravillosa novela de 2004, ejemplo físico de la sofisticación de un género tan particular y agarrado al asidero de los clichés como el del terror. Así, tras un respetable casting de más de 10 realizadores, depositó su confianza en Tomas Alfredson y se dispuso a colaborar en la escritura del guión. Alfredson no es un director de género, y así lo ha confesado en más de una ocasión, pero entendió desde el principio el alma y la magnética idiosincrasia de la historia, revelándose como el candidato idóneo para comandar su viaje hacia las pantallas.




Porque Déjame entrar es mucho más que una historia de vampiros, pero uno de sus logros más poderosos es el de humanizar a la criatura de la noche como muy pocas veces hemos visto (y leído). Eli (Lina Leandersson) está maldita por su especial forma de vivir y de alimentarse, porta un halo de sordidez decandente y es una criatura ancestral congelada en la pre-adolescencia, pero es perfectamente capaz de experimentar sentimientos tan humanos como la vergüenza, la ternura y el amor. La verdadera historia de Déjame entrar es la de Eli y Oskar, un niño taciturno y acorralado por el bullying del que es objeto en el colegio, que encuentra en la chica un salvavidas para sentirse especial y liberarse de sus cadenas de forma furibunda, mediante recursos físicos con los que ya fantaseaba antes de que sus caminos se cruzaran.

La obra desprende magia por cada uno de sus poros, desde su naturaleza inclasificable bajo un prisma genérico hasta la elegancia sosegada de sus planos, fruto de la maestría de Alfredson para transmitir con las miradas de los personajes allí donde no es necesario el refuerzo del diálogo. Un dominio del lenguaje audiovisual que construye grandeza disfrazada de aparente simpleza, sin caer en barroquismos innecesarios.

Ese maridaje de elegancia y grandeza se manifiesta en el camino elegido por ambos autores a la hora de contar su historia al espectador, sin atisbo alguno de sobrecarga de información. El personaje de Hakan (Per Ragnar) es pieza clave en la historia, en un grado muy superior al que pudiera aparentar en un primer acercamiento. Cuidador de Eli, el hombre parece haber subordinado su existencia perecedera a hacer compañía y proveer de alimento a una niña que no parece disfrutar con el horror inherente a su maldición. ¿Encarnó Hakan, y muchos otros antes que él, en su momento el rol de Oskar?, ¿hasta qué punto coexisten amor y necesidad entre las motivaciones de Eli?.

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Que su atuendo terrorífico nos os lleve a cerraros a cal y canto ante esta pequeña obra maestra: la película sueca bien merece que abráis el portón y la invitéis a ponerse cómoda durante 110 minutos.

@Juanlu_num7

 

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