30 años después de su estreno en cines (el 17 de julio de 1987), alcanzando un apreciable éxito en taquilla (se estima que superó los 53 millones de dólares de recaudación sólo en EEUU, con un presupuesto de 13 millones) y lanzando la carrera de un Paul Verhoeven que 3 años más tarde pondría su firma sobre Total Recall, la modernidad de Robocop se mantiene inalterable a día de hoy, tanto en mensaje como en ejecución.

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Y, cuando una obra derrota al eterno igualador, se antoja imprescindible el rebuscar entre las causas probables de tan loable triunfo.

Robocop es mucho más que una estupenda película de acción, y detenerse en esa categorización supone limitarse a su epidermis y deshonrar de paso su legado. Tras la idea de los guionistas Ed Neumeier y Michael Miner (que pretendían invertir las tornas de la historia del cazador de androides de Blade Runner) y los sufrimientos físicos de un fantástico Peter Weller (hasta 1 kilo y medio diario se dejaba por el camino el actor bajo la armadura del robot-justiciero, papel para el que Verhoeven quiso a su amigo Rutger Hauer y los productores a Arnold Schwarzenegger), se esconde una brutal crítica satírica a la América de Ronald Reagan, a una población supeditada al imperio de ese monstruo de dos cabezas que conforman marketing y televisión (de gloriosamente ácido debemos calificar el famoso anuncio del juego de mesa Nukem que veremos en el metraje). Una criatura al servicio del capitalismo más visceral y deshumanizado, que sepulta el interés del ciudadano en campos tan cruciales como la política o los problemas sociales.

Y todo ello bajo la óptica de un realizador venido de los Países Bajos…




Debates como el de la peligrosidad inherente a la privatización de sectores gravitacionales en cualquier sociedad se insertan en el corazón de la película, con el CEO de la gran corporación de la trama haciéndose sin remordimiento alguno con el control de hospitales, colegios y policía. En la respuesta del líder de Omni Consumer Products a la huelga emprendida por los servidores de la ley (acuciados ante el crecimiento imparable de la delincuencia y la falta de medios para la protección de los agentes), iniciando la creación de un cuerpo de autómatas bajo su control, y en algunas de sus citas («I say good business is where you find it»), hallaremos las dagas lanzadas por Verhoeven al corazón de un problema inmortal.

Además, al abrigo del entorno de una Detroit subyugada por la violencia a ras de suelo y por el poder financiero en las alturas de sus rascacielos, Robocop nos cuenta la historia de un tipo perdido entre dos mundos. Verhoeven y su equipo emplearán magistralmente planos en primera persona, para que emprendamos junto al agente Murphy su viaje de muerte y resurrección, convertido a priori en un mero producto de la empresa para la que ejerce de cobaya. Pero los recuerdos de su pasado mantendrán una llama de humanidad latente en el interior del autómata, en batalla constante por abrirse paso.

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«He´s legally dead. We can do pretty much what we want to him».

La genial campaña publicitaria para el posterior lanzamiento de la cinta al mercado doméstico, con nuestro hombre de hojalata en pleno apretón de manos con un Richard Nixon que recibió 25.000 dólares por participar en tan icónico e inolvidable anuncio, fue una curiosidad más en torno a una obra empeñada en no tomarse demasiado en serio a sí misma.

Pero que, 3 décadas después, aún tiene muchísimo que ofrecer.

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@Juanlu_num7

 

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