Gertrudis

Gertrudis era una mujer llena de grasa, pero cantaba como los ángeles.

Su mayor virtud era su falta de prisa. Su mayor defecto era ser demasiado conformista.

Su marido un hombre estúpido, infeliz se la pasaba sentado en el sofá sin hacer nada.

No tenían hijos. Gertrudis hubiera querido tenerlos, un par de chicos, pero pasó el tiempo y le pareció mejor así.

Gertrudis estaba abatida, su vida había pasado tan rápido y no había podido aprender nada.

Llamaron a la puerta. Era el cobrador del frac. Venía a cobrar una deuda. Cogió a Gertrudis del brazo y la llevó a un rincón.

-Si no pagas, se enterará todo el mundo- dijo el cobrador furioso.

Gertrudis suplicó un aplazamiento. El cobrador sacó un cuchillo oxidado. Gertrudis dio un pequeño grito.

-¡Yo no he hecho nada!- dijo. ¡No me mates!

El cobrador se apartó y escupió al suelo.

-Volveré mañana- dijo.

Salió por donde había entrado.

Su marido roncaba en el sofá. Gertrudis salió de la casa, sus manos apretaban su cartilla de ahorros. No volvió nunca.

La grasa de Gertrudis desapareció y su voz se oía en los mejores clubs. No llegó a ser feliz del todo pero se reía de vez en cuando. Era más que suficiente.

Ahora se llamaba Tina Parker y hablaba inglés. Conoció a un joven apuesto. También le gustaba demasiado el sillón, no precisamente para dormir.

Tina estaba contenta, descubrió que lo que tenia entre las piernas, se le calentaba y el miembro duro del macho la calzaba perfectamente.

El sexo se le disparó y los hombres que pasaban por su cama eran variados.

A Tina le brillaban los ojos constantemente y mirándole el culo a los hombres era feliz.

Pasó el tiempo y empezó a darse cuenta que su cuerpo no la respondía y acomodó su cabeza a esta nueva situación.

Se hizo ecologista y llenó su casa de plantas y panfletos. La lucha por la tierra formó parte de su vida.

Antes de morir recordó su vida y pensó.

-¡Cuánto cambié en tan poco tiempo!-.