No se trata de viajes en el tiempo. Al menos, no literalmente. Esta expresión la dicen varias veces en Luana, un yak en el aula. Esta película, que llega este viernes 22 de julio a nuestros cines, es una oda al séptimo arte.

Desde el duro pero a la vez idílico escenario del filme, una apartada aldea de Bután, el director y guionista Pawo Choyning Dorji nos regala unos impresionantes encuadres capaz de enamorarnos de la alta montaña.

Sherab Dorji interpreta a un joven maestro que recibe el encargo del gobierno de ser el responsable de la que probablemente sea la aldea más aislada y remota del mundo. Al principio tiene muchas dudas, y, aunque termina accediendo, lo hace resignado porque su sueño es triunfar con la música fuera de Bután.

Sin embargo, los pastores, el jefe de la aldea y los niños (todos ellos ajenos al mundo de la interpretación y que no han visto el mundo más allá de su aldea) le abren los ojos de tal manera que termina por volcarse más allá de sus limitaciones.

Conseguirá, a través de un amigo en la ciudad, que varios porteadores le traigan materiales para la escuela y se sacrificará, quitando el grueso papel que protege sus ventanas, para que los niños puedan escribir cuando se acaba el papel.

Si desde su llegada ya es tratado con el máximo respeto, con el paso del tiempo su figura será reverenciada por los mayores y adorada por los niños, haciéndole ver (y a nosotros también) la verdadera importancia del maestro. Un profesor es alguien que toca el futuro, o los futuros, de toda sociedad, ya que moldea los que el día de mañana serán los responsables.

El yak, un animal de vital importancia en esta parte de la Tierra, se convierte en un tótem. Una metáfora del cuidado y respeto a los mayores y todo lo que ellos nos pueden ofrecer.

Luana, un yak en la escuela, se merece los éxitos que va cosechando, como su première mundial en el BFI London Film Festival, ganar el Premio del Público en el Palm Springs Film Festival y participar en la sección oficial del BCN Film Fest. Por todo lo dicho y la dificultad del rodaje, mostrando además como el cine puede ser sostenible, como lo demuestra el recién creado Sello Verde de la Academia de Cine, ya que el rodaje dependió completamente de baterías solares.

Esta oda a la sencillez de vida pese al arduo entorno, a la victoria de la voluntad frente a la desidia a la hora de asumir los retos, con un final abierto pero claramente indicativo de que el joven maestro va a elegir la buena opción, merece la pena, como decimos muchas veces, ser proyectada en o ante colegios, institutos y facultades de magisterio. E incluso ante los responsables de la educación. El cine, una vez más, como entretenimiento familiar y valiosa herramienta educativa.

@EduVicu

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