El 47 es una de esas pocas películas que, además de honrar la memoria de héroes casi anónimos, nos enseña importantes lecciones. En este caso, “como convertir en hechos lo que nadie convierte en hechos” como se comenta a lo largo del metraje.

Dejando aparte el prisma o las posibles lecturas ideológicas que cada uno pueda sacar para alabar o criticar esta obra, hay q reseñar la grandeza de esta épica historia. Un mensaje muy actual. Cómo, sin importar la procedencia de cada uno, todos unidos podemos levantar un barrio, una ciudad, una comunidad autónoma e incluso un país. La migración, nacional (entre ciudades y provincias) como extranjera (cumpliendo unos límites de forma ordenada y respetuosa, pero ese es otro tema largo), sin duda es un factor clave y puede beneficiar positivamente a la mejora de ciudades y barrios.

En el caso que nos ocupa, Manuel, como tantos otros “charnegos”, acuden en los años 50 y 60 desde el sur, Extremadura y Andalucía, a regiones más industrializadas (Euskadi, Madrid, Barcelona) para mejorar su nivel de vida y, sobre todo, ganar la dignidad que toda persona honrada merece.

Aprovechando la curiosa ley que indicaba que toda casa levantada al anochecer, mientras a la salida del sol tenga techo, se debe mantener en pie, en los terrenos que compraron Manuel y los demás migrantes junto a la Torre Baro, levantaron el barrio homónimo barcelonés con su sangre, sudor y lágrimas.

Además, y es uno de los factores que resaltan el enorme nivel actoral de Eduard Fernández en el papel de Manolo Vital (un apellido que le honra), estos charnegos se propusieron asimilar las costumbres (si bien mantuvieron la gastronomía y música propia, enriqueciendo el patrimonio regional) e idioma, aunque fuera hablado “a su manera”.

No solo Eduard Fernández hace un trabajo espectacular, Clara Segura (Carmen, pareja de Manolo Vital) y la actriz debutante Zoe Bonafonte (como Joana, hija de Manolo Vital) completan un reparto junto a los propios vecinos de Torre Baro, quienes vivieron o son descendientes directos de los protagonistas de este emotivo largometraje.

La última actuación de Zoe, con una canción en solitario que pone la piel de gallina, es igualmente digno de mención en toda reseña sobre El 47. Una secuencia que, con gran acierto, se decidió grabar lo primero de toda la película, seguramente para que Zoe se sintiera, como Joana en ese momento, decidida (necesitada) a cantarla, pero a la vez sin estar completamente segura.

En el aspecto técnico, resulta interesante la inclusión de imágenes de archivo, con la textura vintage, que complementa perfectamente con el trabajado diseño de producción (gracias sobre todo a las fotografías que en su día tomaron los verdaderos protagonistas y testigos) para mostrar en pantalla la Barcelona de entonces sin que nada chirríe ni nos saque de la narración.

Si unos pocos lograron llevar hasta Torre Baro el autobús, luz y agua, ¿qué no podremos hacer todos juntos? La verdadera lucha es pacífica, y, como decía Manolo Vital, con cabeza (conocimiento) por la dignidad del ser humano. Por buscar soluciones donde otros ven problemas o dificultades. Es decir, hay que hacerse oír, pero pacífica y honradamente. El guion contrapone ambas formas de lucha, actos que pueden ser clasificados de cierto vandalismo y desorden frente a la perseverancia y la inteligencia de personas como Manuel, que aun cometiendo irregularidades (“secuestrar” el autobús de línea, el 47, que llevaba años conduciendo, para acercarlo a su barrio), demuestra que sus desoídas propuestas son útiles y beneficiosas para la sociedad.

Es importante que el cine forme parte de nuestro legado, guardar la memoria de este tipo de pequeñas grandes hazañas, para aprender de cara al futuro. Por ello hay que apoyar estas películas desde su estreno en salas. En este caso, este viernes 06 de septiembre gracias a la distribuidora A Contracorriente Films, defendiendo nuestro legado y nuestra verdadera memoria histórica.

@EduVicu

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