El eterno conflicto entre ganaderos y proteccionistas vuelve a la palestra con este bello filme, y no solo por sus increíbles paisajes y un uso magistral de drones, sino por el mensaje.
Ambas partes no es que tengan razón. Es que están condenados a entenderse, creándose reservas específicas para lobos (y otros animales) y otros espacios, bien vallados, para las ovejas.
Esta película demuestra que es posible y que el lobo no es ese salvaje, cruel animal como muchos cuentos infantiles cuentan, con otra finalidad, pero dando al lobo, por desgracia, esa imagen de enemigo letal.
El filme empieza cuando la pequeña Vicky, (Shanna Keil), de ocho años, deja de hablar tras la muerte de su madre. Su padre, (Vincent Elbaz, Un amor de altura) en un intento de buscar un nuevo comienzo para ambos, se muda a las montañas con la ayuda de su cuñado, que les llevará víveres en sus periódicas visitas.
Sin embargo, Vicky seguirá igual, con sus pesadillas y reproduciendo una y otra vez la música favorita de su madre, hasta que, en una de las excursiones por el monte con su padre se pierden. Un lugareño les da cobijo y, antes de guiarles de nuevo a la ciudad, entrega a Vicky un cachorro llamado Mystère.
Desde ahí, una profunda, tierna y sincera amistad entre Mystère y Vicky debe afrontar peligros hasta que por fin, con la ayuda de su padre y una responsable local de la conservación animal logran poner a salvo, junto a su familia, al lobezno.
Esta historia, basada en hechos reales y que se estrena este viernes 29 de abril de la mano de A Contracorriente Films, es de las marcadas como “visionado necesario” en colegios, institutos y facultades (sobre todo agrónomas, de biología y aquellas que, de alguna manera, traten sobre el campo y las relaciones entre el hombre y la naturaleza, parafraseando al inmortal Félix Rodríguez de la Fuente).
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