El 11 de septiembre de 2001 marcó un antes y un después. Han corrido ríos de tinta y hemos visto muchos documentales y alguna que otra buena película sobre el tema, pero Worth es algo más.

Coincidiendo con el vigésimo aniversario de aquel fatídico día, Vértigo Films estrena en nuestras pantallas esta película, planteando dos cuestiones donde la Filosofía, la Ética y la política se entremezclan.

¿Cuánto vale la vida de una persona fallecida? ¿Es moral siquiera plantearse dicha pregunta?

El metraje arranca con el prestigioso abogado Kenneth Feinberg, (Michael Keaton), tratando de dar respuesta a la primera pregunta ante unos universitarios, los días antes del trágico y estremecedor suceso.

Poco a poco, la historia nos lleva a los instantes previos, con distintos protagonistas en sus quehaceres mientras, con el corazón en un puño y las lágrimas al borde de los ojos, se acerca el cruel y devastador atentado.

A partir de aquí, las brillantes interpretaciones de entre Michael Keaton y Stanley Tucci, acompañados de otros grandes actores como Amy Ryan, Tate Donovan, Shunori Ramanathan o Laura Benanti, se desarrolla una historia poco conocida. Al menos, fuera de los Estados Unidos. Se trata de la lucha de los cientos de familiares de víctimas del brutal e inesperado atentado.

Una lucha entre los intereses de las aerolíneas, dispuestas a llegar a un acuerdo para indemnizar a las tripulaciones y pasajeros; el gobierno federal, buscando la fórmula que evite entrar en bancarrota por indemnizaciones excesivamente elevadas y otro abogado de altos directivos, dispuestos a exigir indemnizaciones más elevadas. Entre medias, los problemas del escaso y anticuado equipamiento del cuerpo de bomberos, familias que se han quedado sin su sustento principal o parejas que han perdido a sus cónyuges y, por no ser parte de una familia tradicional (el único modelo reconocido en estados como Virginia, al menos hasta el 2001), se quedan sin derecho a la ayuda a fondo perdido y sin impuestos que ofrece el gobierno a los que renuncian a futuras reclamaciones y juicios.

La directora, Sara Colangelo, transcribe el guion de Max Borenstein con gran acierto, dejando a la cámara como mero vehículo para nuestra mirada, invisible y dando un acertado aire de documental, salvo puntuales momentos muy simbólicos, como el plano en el Kenneth Feinberg está cabizbajo, desesperado, en su despacho con el omnipresente y sagrado, para los norteamericanos, Capitolio al fondo, difuminado por el cristal del gran ventanal.

El resto del metraje, duelos dialogados, entrevistas con los heridos y familiares de las víctimas mortales e investigaciones nos recuerdan a grandes películas de juicios y abogados, como Testigo de cargo o Doce hombres sin piedad, si bien en este caso la acción tiene lugar fuera de los juzgados y es más un enfoque que desvela  los entresijos de una lucha moral, política y económica, donde se mezclan, como mencionaba antes, numerosas historias humanas con conflictos de intereses en una situación desconocida hasta entonces.

Lo que para Kenneth Feinberg empezó como un caso «pro bono», es decir, sin cobrar, meramente para adquirir notoriedad, pasó a ser una gran cruzada que le animó, a él y a sus colaboradores, a defender víctimas de catástrofes naturales u otros sucesos similares.

Sin duda, a partir de este viernes 10 de septiembre merece mucho la pena, como su propio título indica, ver los entresijos de esta historia real. Un emotivo, impactante y profundo homenaje a la lucha de las víctimas de los atentados del 11-S, con un recuerdo al final para víctimas de otros terribles sucesos, algunos desgraciados accidentes y otros, provocados por la desidia o, lo que es peor, la codicia, de algunos.

@EduVicu

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